Print Friendly, PDF & Email

El último largometraje de Nicolás Pereda puede entenderse como un atrevido ensayo sobre el acto de interpretar: una incursión en la capacidad del ser humano de mutar de rol y, a la vez, supeditar la ficción a sus transformaciones. Hay en Fauna hasta tres ejercicios en torno a esta dimensión performativa dentro y fuera del espacio diegético. Por un lado, la actuación como profesión, traducida aquí en el retrato de dos jóvenes actores que ensayan sus papeles o improvisan delante de otros; por otro lado, la interpretación entendida como ensayo, un roleplaying de las futuras interacciones que mantendrán sus personajes.

Pero el más interesante de estos ejercicios es aquel que desdobla la línea temporal y argumental de la película, que se divide en dos a partir de la repetición de un mismo texto con un tono distinto. Fauna se convierte en un brillante ejercicio metanarrativo que necesita del lenguaje cinematográfico y la voluntad del espectador para adentrarse en una nueva ficción nacida de la anterior. La realidad alternativa que surge se edifica sobre los elementos que ya estaban presentes desde el comienzo, detalles que cambian su importancia de una mitad a otra (la comedia en torno a los cigarrillos, importante en la primera parte, tan solo se menciona de pasada en la segunda, mientras que el rápido comentario previo sobre un hombre desaparecido se convierte en motor dramático de la nueva ficción). El mismo reparto interpreta ahora a los nuevos personajes, que disfrazan su aspecto en una ficción que no se toma en serio a sí misma, algo que favorece el resultado final. En la última escena, un alarde formal permite que converjan las dos ficciones: un último plano que oculta al espctador unas palabras dichas al oído, quizá la clave de la metaficción que plantea el film.