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Cuando una temática se halla en el ojo del huracán, resulta cada vez más difícil encontrar relatos que la aborden desde una perspectiva renovada. Es el caso de la representación de maternidades no normativas en el cine, con filmes como La hija oscura -en el panorama internacional- o Cinco Lobitos -en el nacional- que han abierto el camino a que muchas mujeres quieran mostrar en pantalla la otra cara de ser madres. Sin embargo, el incuestionable interés por dar visibilidad a estos relatos trae consigo un reverso perverso cuando se cae en la reproducción masiva de los mismos, lo cual en ocasiones da como resultado productos que dejan a un lado la originalidad de la puesta en escena -la pregunta por el cómo contar- a favor de su discurso -centradas solamente en qué es lo que cuentan-. Es el caso de Saint Omer, parte de la Sección Oficial del SEFF en esta edición: una película correcta en lo que quiere transmitir que, no obstante, nunca llega a explotar el inmenso potencial que su historia le otorga (especialmente en lo que concierne a la reflexión poscolonial, como bien lo señala Carlos Losilla en su crítica). Pero frente a este tipo de propuesta, llega Revoluciones Permanentes con una destacada contraparte: Lucie Loses Her Horse, una historia sobre la maternidad contada desde un lugar completamente nuevo.

El film de Claude Schmitz se inspira en la vida real de su actriz protagonista, Lucie Debay, pero construye un relato sobre sus sueños y pérdidas a partir de referentes que van desde el Shakespeare de El Rey Lear, Alicia en el país de las maravillas o el film de 1978 de Rohmer, Perceval le Gallois (con el que, además, establece un juego de palabras en su título original, Lucie perd son cheval). Lucie Loses Her Horse es una película sobre las historias que creamos y las que decidimos contarnos a nosotros mismos. Como las que construye Lucie en su vida diaria como madre y caballera. Sí, con capa, armadura y espada (al mejor estilo de Bergman o de Demy), pero sin caballo. Y es esa búsqueda por el caballo perdido la que llevará a Lucie a juntar su camino con el de otras dos caballeras que pronto entrarán en un laberinto de representaciones donde el artefacto teatral invade no solo la puesta en escena sino el propio relato también. Así, director y actriz -quienes, por supuesto, trabajaron mano a mano en la construcción del personaje- dan forma a un film de constantes transformaciones, que comienza y termina en lo cotidiano, pero que viaja por lo fantástico sin jamás perderse en la vaguedad.