ENTREVISTA HIROKAZU KORE-EDA
“La vuelta del discurso violento es preocupante”
Roberto Cueto
Sus películas y documentales suelen tratar temas contemporáneos. ¿Qué le llevó a rodar ahora un jidai-geki, una película ‘de época’?
Sí, en efecto, siempre he retratado la sociedad contemporánea en mis documentales y películas de ficción. Quizá ahora por eso sentía la necesidad de hacer otra cosa, cambiar de registro. Pensé que una película de ambientación histórica sería una buena manera de hacerlo. Todo esto coincidió con los atentados del 11-S. Supongo que eso me condicionó a la hora de plantearme una película sobre samuráis teniendo en cuenta este resurgir de la violencia. Quizá está volviendo a la sociedad un discurso de agresividad, de violencia y venganza que es bastante preocupante.
¿Por qué utilizar como trasfondo de su película un episodio tan icónico para la cultura japonesa como la ‘hazaña’ de los 47 samuráis? ¿No es un gesto subversivo plantear siquiera la idea de que hubo uno que se negó a luchar?
Creo que los samuráis no eran esos héroes que nos ha mostrado la leyenda, la literatura y el cine, sino simples personas. Me planteo constantemente cómo lucharía una persona de verdad, qué pensaría antes de hacerlo, es algo que siempre pensaba desde que veía películas de samuráis cuando era niño.
Al final de la película da la sensación de que el sacrificio de esos 46 samuráis genera un leyenda mítica de funestas consecuencias para la sociedad japonesa, un código del honor y la venganza totalmente destructivo. Pero la imagen final del niño que quiere ir a la escuela aporta un destello de esperanza.
Las guerras son siempre rentables para algunos y por eso es tan difícil erradicarlas. Ese niño es más bien el deseo de una alternativa, de otra posible vía para la sociedad donde la guerra no esté siempre presente, pero quizá sólo sea una fantasía. No es un verdadero final feliz, sólo la manifestación de un deseo.
La película parece proponer un espacio ritual o simbólico para la violencia, el mundo alternativo de la representación teatral…
Yo no los concibo como mundos separados, francamente. Su función es más bien la de transmisión de una narración. Y ahí creo que está el verdadero tema de la película: cómo transmite uno lo que recibe de sus antepasados, de sus padres. Esas narraciones pueden ser transformadas a la hora de ser entregadas a los hijos.
Entonces, ¿habría que pensar que la larguísima tradición de películas chambara han cimentado este discurso de la violencia en la sociedad japonesa?
No es que se transmitieran esos mensajes de una forma consciente, pero sí es cierto que ese discurso de la violencia era visto de una manera totalmente natural, nunca se problematizaba. Eso es lo que intento hacer yo, cuestionarlo, mostrar que el honor y la venganza no tienen por qué ser cosas normales en nuestra cultura.
La película tiene un marcado tono popular en los ambientes y personajes y también en su puesta en escena, que es más accesible, más ‘fácil’ de lo habitual en su cine.
Sí, quizá mis anteriores películas sean más adecuadas para espectadores más cinéfilos, pero con Hana quería acercarme a todo tipo de público. Lo popular me interesa porque el samurai no era un individuo solitario, dependía de mucha gente a su alrededor. Quería mostrar las vidas de esa gente y las consecuencias que los actos de un samurai podían tener sobre ellas.
Imagino que eso explica también su constante recurrencia a los planos corales, a una mayor atención al componente humano dentro del encuadre.
Intenté adaptar mi estilo a la historia. Por lo general, hasta ahora me concentraba en una sola cosa y la filmaba. Con esta película me esforcé en componer los planos con muchos personajes dentro: creo que es la mejor de forma de transmitir esa idea de que los actos individuales tienen efectos colectivos y que la venganza genera una cadena de violencia que nos afecta a todos
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