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Jacques Audiard construye una extravagancia. Emilia Perez es una especie de ópera pop con aires de narco queer. La fórmula desconcierta y puede ser acusada de ser una extravagancia oportunista, de ser la clásica película golosa que el público de los festivales desea ver para poder dormir con cierta tranquilidad y utilizar todo tipo de adjetivos elogiosos. A pesar de que el síndrome Cannes es siempre peligroso, por lo que tiene de circo romano que ensalza y destruye las películas a discreción. En el caso Emilia Perez es de justicia afirmar que es una gran película, una comedia musical muy brillante. Pero no es suficiente con adjetivar sus bondades, es necesario indagar en sus raíces.

En primer lugar, conviene señalar que estamos ante una película producida por Yves Saint Laurent, productora de tres películas del festival, que impone en el vestuario su look consciente de que el cine puede ser más rentable que la pasarela. En segundo lugar, debemos tener presente que Emilia Perez parte de una banda sonora cuya música está escrita por el compositor francés Clément Ducol con letras de su esposa, la cantante Camille. Jacques Audiard había visto el espectáculo Music Hole y le pasó a Ducol el libreto de una ópera ambientada en el mundo del narcotráfico. En el proceso de producción trabajó el equipo técnico que había colaborado con el grupo Sparks en el proceso de composición de Annette de Leos Carax. En un principio, los músicos pensaron en la fórmula del musical clásico, pero a medida que entraban en el proyecto buscaron ritmos urbanos, musicalidades de raíces mexicanas y realizaron un curioso trabajo de música electrónica. A partir de esta base, Jacques Audiard trabajó con el coreógrafo belga Damien Jalet, del que había visto el espectáculo estrenado en México, Omphalos. Con toda esta sugerente base se fue gestando una película que explora con un ritmo frenético una historia que sigue cierta tradición del musical para encontrar sus vínculos con la actualidad.

Emilia Perez puede ser considerada como una película que explora un juego de dualidades permanente. En el centro de la historia está un narcotraficante llamado Manitas que se convierte en la santa Emilia Perez. Tanto el personaje del verdugo como el de la redentora están interpretados por Karla Sofía Gascón. Este personaje se mueve entre la culpa y la redención, en la posibilidad de abandonar el crimen para llevar a cabo una regeneración personal. En su camino anula su condición masculina para asumir la conciencia de la feminidad vista como alteridad binaria. Audiard no cesa de mostrar cómo entre el bien y el mal, existen puntos intermedios que provocan que algo se rompa de forma permanente. Junto a este personaje está el de Rita (Zoe Saldaña), una abogada que empieza cantando que está cansada de tapar casos de violencia y de silenciar la corrupción del gobierno, pero que acaba transformándose en una arribista. Rita quiere ayudar a Manitas a convertirse en otra persona, pero por el camino va observando cómo surgen sus contradicciones personales y cómo la pretendida pureza ética empieza a corromperse. En el otro extremo está Jessie (Selena Gómez), que interpreta a la mujer del mafioso a la que se le ha ocultado la historia y se encuentra con que tras la supuesta desaparición de su hombre, aparece una mujer que quiere apoderarse de sus hijos.

Audiard, que a lo largo de su filmografía ha sido un cineasta preocupado por las formas de violencia relacionadas con la masculinidad, parte de un guion que rompe con el estereotipo de la masculinidad del narcotraficante, pero no rompe con los tópicos del género. El resultado es un relato lleno de giros que asume la condición de ser una película de acción que acaba hablando de una sociedad marcada por la violencia de cuya interior resulta difícil escaparse ya que hay algo oculto que siempre acaba surgiendo en la superficie. En esta sociedad llena de cadáveres el bien solo sobrevive cuando adquiere la condición de mártir, pero corre el peligro de santificarse y, por tanto, momificarse.

Àngel Quintana

La sorpresa era esta. Una producción francesa con forma de musical hablado y cantado en español para contar un narcocorrido mexicano de temática trans y nítida inspiración queer elaborado con materiales narrativos de telenovela barata de sobremesa. Difícilmente habrá quién se atreva a saltar tan lejos con mimbres semejantes. Pero quedaba otra sorpresa mayor todavía: que semejante operación terminara por caer de pie a pesar de que no siempre sale bien parada de todos los retos que se pone a sí misma. La idea de que un poderoso, amenazante y criminal capo del narcotráfico (Manitas) quiera convertirse en una mujer porque es el sueño de toda su vida y de que, una vez operada la transformación ginecológica, esta corra paralela a la transformación moral, de manera que el asesino de antaño se convierta ahora en bienhechora de las víctimas de la violencia (Emilia Perez) es tan acientífica y tan delirante como la presunción de cuantos extraen del film, sin el menor ápice de distancia irónica, la conclusión de que la maldad es una propiedad intrínseca de la testosterona. Una interpretación que además le da la espalda al propio formato estilístico de la película, que es precisamente el de un musical hiperestilizado que no aspira a sentar ningún tipo de tesis realista, sino a fantasear –con explícita distancia irónica, en el límite de lo estrictamente camp– sobre una improbable historia que parece extraída de un pulp de quiosco tan barato como los que se exhiben en las propias imágenes.

La figura intermedia encargada de gestionar la operación quirúrgica es la de una abogada desengañada de tener que servir a los intereses corruptos del aparato del estado (Zoe Saldaña) y sobre ella descansa, digamos, lo más sustancial del punto de vista narrativo, quizás porque los autores (Jacques Audiard y su coguionista habitual, Thomas Bidegain) necesitaban de un agente externo para justificar, en términos mínimamente convincentes, que semejante metamorfosis pudiera llegar a tener lugar. Pero el gran descubrimiento del film es la actriz trans española Karla Sofía Gascón, capaz de inyectar convicción y autenticidad a Emilia Perez, la renacida heroína que se encontrará a sí misma no solo al abanderar la causa de reparación moral de las víctimas, sino también al enamorarse de otra mujer. Por si todo ello fuera poco, la telenovela se completa con la figura de Jessi (una poco afortunada Selena Gómez, obligada aquí a hablar español sin que apenas se la entienda), la mujer de Manitas y madre de sus dos niños, por los que Emilia se desvive.

Audiard se atreve a conjugar un coctel tan inverosímil en los términos explícitos de un musical posmoderno y colorista de clara estirpe almodovariana, cuyos números coreográficos son muy desiguales (ninguno tan intenso ni tan afortunado como el primero de todos en la calle) hasta componer una exaltada fantasía queer que consigue crear su propia organicidad a pesar de no pocos tropiezos y autoindulgencias, de no pocos fragmentos ortopédicos o de giros de guion no exentos de trampas innobles (la supuesta muerte de Emilia en el tiroteo dentro de la casa). Sea como fuere, la sorpresa resultó mayúscula y las apuestas se dispararon de inmediato. Ayer mismo comparecía una obra de mucha enjundia (Caught by the Tides, de Jia Zhang-ke), pero los corrillos del festival se apresuraron a dictar sentencia: si el certamen quiere una Palma de Oro popular acorde a los tiempos que corren, ya tienen a Emilia Perez. Y no sería descartable.

Carlos F. Heredero