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Carlos Losilla.

¿Qué desean las películas? Lo digo porque a veces escribimos: “La película quiere ser a la vez…” Y añadimos atributos de índole emocional o existencial, formal o moral. Es un hábito crítico en el que todos caemos, pero no por ello menos discutible. ¿Quiere lo mismo una película clásica que una moderna? O ¿se puede juzgar una película del Terrence Malick de los setenta como una del Malick actual? Viene eso a cuento porque El estudiante, primer largo de Santiago Mitre, es una de esas películas que podrían prestarse a ese tipo de especulación. Vamos allá. El estudiante quiere ser a la vez el relato sarcástico de un aprendizaje y una indagación en los entresijos de la política argentina, versión universitaria. A mí me parece que no consigue ninguna de las dos cosas, pero si nos olvidamos de esa premisa puede que la película sea más laxa, menos rígida, y entonces mi juicio es desproporcionado. Visto como una estructura convencional, cosa que quizá no sea, el film resulta débil y cojitranco. Visto como un reflejo del protagonista, un joven de provincias que llega a la universidad de Buenos Aires y empieza a medrar en los ambientes de la política interna hasta verse envuelto en asuntos de más calado, entonces es más coherente: como él, va dando bandazos, picotea aquí y allá, tan pronto retrato individual como investigación sobre la inmovilidad de un país enredado en su propio mito.

Esa manera de balancearse en equilibrio parece que está en el origen del film. Apadrinado por Pablo Trapero, de quien Mitre ha sido guionista en Leonera o Elefante blanco, y basada en una historia de Mariano Llinás, el autor de la cult movie Historias extraordinarias, El estudiante es algo así como una historia tradicional encajada en un relato descoyuntado, que quizá pisa demasiados terrenos sin detenerse en ninguno. Pero ¿y si en lugar de eso decimos que sigue el sinuoso trayecto del protagonista, y que se mueve tras su percepción parcial de los hechos? O quizá se trate de una apariencia de historia tradicional fragmentada en múltiples itinerarios (moral, político, sentimental), que una voz over presuntamente distanciada quiere convertir en una novela de aprendizaje. En cualquier caso, el crítico aprende con los años que cuando una película le plantea tantas disyuntivas pueden suceder dos cosas: o bien su búsqueda es tan compleja que resulta por ahora inasible, o bien se ha quedado a medio camino. No parece que se trate del primero de esos supuestos, o sea que ustedes mismos.