La nueva película del director de Familia y Barrio (ganadora en San Sebastián de la Concha de Plata al mejor director en 1998) es un hábil artefacto de guion tan perfectamente modulado en su construcción como eficaz en su vocación de comedia satírica sobre la trastienda real que oculta el paternalismo empresarial. El centro de la función es el personaje que da título al film: ese ‘buen patrón’ que se preocupa incluso sinceramente por la vida privada y por las dificultades de sus empleados, pero al que no le tiembla el pulso para sacrificar, con deshumanizada crueldad, todo lo que haga falta si es para defender los intereses económicos de su empresa. Interpretado por Javier Bardem (por esta vez, en una composición demasiado forzada), el personaje se desvelará, poco a poco, exactamente como ya intuimos que es en la primera secuencia en la que interviene, a poca experiencia de trabajo laboral en casi cualquier empresa o fábrica grande que tenga el espectador. El registro elegido por Aranoa y por Bardem es el de la sátira que pretende desvelar la hipocresía moral, el egoísmo y la doblez de un personaje mucho más transparente de lo que quizá se proponían sus creadores. Y de ahí le vienen a la película sus mayores debilidades, puesto que su desarrollo apenas respira: todo encaja, con la exactitud propia de un puzzle, en el mecano de este guion que no deja nada al azar. Todo está controlado y atado, todo resuena en su interior conforme a los más acreditados manuales de guion. Nada que reprocharle en este sentido. La comedia funciona casi siempre con eficacia, hay secuencias muy divertidas y el relato conduce exactamente a donde todos podemos adivinar enseguida, pero es una lástima que la puesta en escena se pegue tanto al guion y se esclavice tanto a sus determinaciones, porque apenas queda espacio en cada plano para que los personajes nos puedan sorprender o para que se escape una mirada capaz de inyectar vida y verdad en la imagen. Ventajas y servidumbres de un modelo de película tan predeterminado de antemano. CARLOS F. HEREDERO

Han pasado veintitrés años desde Barrio (1998) y veinticinco desde Familia (1996), pero Fernando León de Aranoa continúa persiguiendo las injusticias y desigualdades de su alrededor a través del cine. Lo hace, además, a partir de una fórmula que ha ido confeccionando con el tiempo en la que el guion propio y los contextos sociales son las únicas constantes. El buen patrón vuelve a adentrarse en los terrenos del empleo precario como ya hiciera con Los lunes al sol (2002) o la citada Barrio, solo que ahora la figura central es el jefe de una pequeña fábrica en una ciudad española de provincias, un papel tentador para cualquier intérprete y que Javier Bardem convierte en reclamo y sentido último de la película, abordándolo desde la caricatura como también ocurre con la propia representación de la sociedad española en el film. León de Aranoa intenta poner de relieve los abusos de poder del personaje a través del humor, aunque a veces el trazo grueso de la caricatura folclórica sobre la que se construye este universo juega en contra de su capacidad comunicante: los arquetipos del cine español, el sexo, lo escatológico, el enredo familiar o el tratamiento del personaje marroquí sitúan el relato en unos terrenos muy concretos que a veces se revelan como una apuesta sobre seguro y no casan con esa buscada elegancia que se le presupone al texto. La incapacidad de síntesis (120 generosos minutos) de un proyecto que se plantea como comedia ligera también supone un obstáculo. La ventaja es que la variedad de recursos de Bardem, la libertad que posee para desplegarlos y la riqueza propia del villano convertido en protagonista generan una dinámica de cierta fluidez que permite denunciar la figura de ese patrón convertido en peligroso gobernador velado del mundo moderno. Las virtudes están ahí, como lo estaban hace veinticinco años. Quizás lo único que haya cambiado sea la inocencia del espectador y por tanto las costuras acaben siendo más visibles. En el recurso de la esposa que no recuerda algo que iba a contar a su marido y recuerda en el momento exacto para que la trama avance puede encontrarse uno de tantos detalles que desvelan los mecanismos de un cine que, en otro tiempo, nos resultaba deslumbrante. JONAY ARMAS