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Primer y arriesgado largometraje dirigido por la prestigiosa actriz rumana Alina Grigore, Blue Moon se adentra en un territorio tan áspero como difícil: el retrato de una joven introvertida y con dificultades de integración social que aspira a salir de su pueblo para estudiar a Bucarest, para conseguir una educación superior y, sobre todo, para alejarse de su familia disfuncional, en la que se acumulan los desajustes y las taras, incluida la violencia machista y la hipocresía moral. Grigore filma a su protagonista en largos planos secuencia con la cámara llevada a mano y siempre muy cerca de su rostro y de su cuerpo (en una puesta en escena intensamente física), pero sin dejarse encerrar en ninguna fórmula estilística particularmente rígida ni predeterminada. Los problemas le llegan a la película no por su formulación estética, sino por la ambigüedad de su dramaturgia, por las problemáticas opciones que toma la cineasta al dejar casi siempre fuera de campo abundantes aspectos de cada escena (lo que deja a muchas secuencias sumidas en la confusión) y por la autoexigente radicalidad conductista de su narrativa, algo a priori magnífico, pero que aquí –sumando esto a las dos opciones anteriores– da como resultado una narración casi espasmódica, donde todo se juega en el interior de cada escena (algunas de ellas, auténticas set pieces de furiosa intensidad dramática), sin que el relato consiga articular un desarrollo del todo comprensible.