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La última película de Faouzi Bensaïdi (Volubilis, Mille Mois, WWW: What a Wonderful World) arranca con el primer plano de un mapa que, a continuación, sale volando para dejar perdidos, al borde una carretera, a sus dos protagonistas. Una primera secuencia que funciona a modo de declaración de intenciones para una cinta que propone, efectivamente, un viaje (en forma de road movie sui generis) que primero avanza en círculos para acabar caminando hacia ninguna parte. Con el horizonte infinito del desierto del sur de Marruecos como escenario físico, pero también como espacio emocional, Déserts se estructura en dos partes para empezar contando la historia de dos perdedores, Mehdi y Hamid, que son cobradores de deudas en los pequeños pueblos del país donde la miseria mantiene ahogados a sus habitantes. Y así, un primer realismo, con cierto (débil) calado político (siempre muy estilizado a través de juegos de luces, contrastes de colores y composiciones donde el paisaje cobra fuerza frente a la figura humana) se va transformando en comedia hilarante y burlesca (que se alarga seguramente demasiado) para encontrarse, finalmente, con un relato que nace de la ruptura (algo lynchiana) del primero. Y así, es posible pensar en Déserts como una película dentro de otra, dos filmes que se miran en un espejo para ir derivando, a continuación, hacia territorios indefinidos que dialogan con elementos del western, de la fábula y hasta incluso de cierta abstracción con alguna comprometida tentación de trascendencia.

El polvo que levanta el coche a través de las arenas del desierto, junto con un plano singular (fuera de tono) del sol, anuncia este cambio de rumbo que es, también, una invitación, esta sí gratificante, al extravío. Con tan solo algunas pistas en forma de ecos y referencias que hacen dialogar de manera abierta las dos partes, el film acaba por reivindicar, finalmente, el poder sanador del relato cuando Mehdi pide a Hamid, los dos frente al fuego, que le cuente una historia… Jara Yáñez