Creatura parte del bloqueo sexual de Mila (interpretada por la propia Elena Martín Gimeno) en su relación de pareja consolidada con Marcel (Oriol Pla), para describir un proceso de comprensión y curación que pasa por volver la vista hacia el pasado y recuperar parte de la memoria emocional olvidada. La película, que encierra a sus personajes en la casa de veraneo familiar de Mila, se estructura, de hecho, en base a la alternancia de tiempos, para ir del presente al pasado, a través de flasbacks que conducen a los dos momentos esenciales del despertar sexual: la infancia y la adolescencia. Lo hace, invirtiendo el orden cronológico (primero se narran las experiencias de la juventud y después las de la niñez) en un proceso que va profundizando así, poco a poco, hacia lo más recóndito.
Creatura se abre hacia lo íntimo (después de un largo periodo de investigación por parte, tanto de la cineasta, como de la guionista, Clara Roquet, a partir de entrevistas y testimonios con mujeres) para hablar sin subterfugios de la sexualidad femenina a través de una reflexión que implica también, claro está, la relación con el deseo y con el propio cuerpo. La película utiliza, de hecho, la somatización, que llena de ronchas la piel de Mila, para relacionar el sufrimiento emocional con su expresión física. Pero el eccema de Mila, que ejerce de hilo conductor entre los distintos tiempos, permite además concretar en un elemento, no solo el momento en el que surge el conflicto, sino también su posibilidad de superación. El agua del mar, como espacio de liberación del cuerpo, es también un lugar donde poder curarse (en sentido literal y figurado). Y en este camino, la película propone una reflexión esencial que pone el acento en la educación emocional y sexual heredada, para proponer también la necesidad de abrir espacios de comunicación en el espacio familiar. Creatura es una película valiente, que se atreve, como verdadera aportación inédita, a retratar sin tabúes el descubrimiento de la sexualidad femenina en la primera infancia. Jara Yáñez
Hay sin duda un bienintencionado acercamiento de Elena Martín al retrato del personaje que ella misma interpreta en esta nueva ficción que nos devuelve, por enésima vez en los dos últimos años, al territorio de la exploración emocional –mayoritariamente infantil o juvenil– situada en los ámbitos rurales o en contacto con diferentes expresiones de la naturaleza (aquí, esencialmente la playa y el agua del mar). La radiografía de la protagonista, ya en la treintena del presente narrativo, bucea en su infancia y en su adolescencia para alumbrar las claves que la permitan encontrarse a sí misma y a su relación con el sexo y con sus órganos genitales, pero lo hace dentro de un esquema híper determinado por un guion cuya construcción parece haber pasado por todos los filtros de los laboratorios y foros de desarrollo de proyectos habidos y por haber. El resultado es un naturalismo que la directora tiene dificultades para mantener al abrigo de una arquitectura perfectamente calculada (los dos fragmentos correspondientes al pretérito y las correspondencias entre ambos, el eco que se hacen entre sí las conversaciones que la protagonista mantiene al final primero con su padre y luego con su madre, la secuencia con la amiga en la playa premonitoria del desenlace, etc., etc.). Un andamio que constriñe en exceso el vuelo libre de una ficción a la que tampoco le beneficia, precisamente, lo intenso y ampuloso de su banda sonora ni el trascendentalismo con el que se abordan todas y cada una de las situaciones de índole sexual a lo largo del relato, por no hablar del maniqueísmo de nuevo cuño con el que se distribuyen los papeles entre hombres y mujeres. Queda en pie la esforzada interpretación de la propia Elena Martín y su valiente voluntad de hablar de un tema que pocas veces se ha abordado de manera tan frontal. Carlos F. Heredero
Creatura es una película valiente, muy valiente. Su directora y actriz protagonista pone su cuerpo y su sexualidad en el centro de la pantalla. No intenta ser una confesión personal, ni una película terapéutica, pero hay algo que trasciende el rigor o los defectos de la propia película y que tiene que ver con el deseo de transparencia, de construir una obra sobre la sexualidad femenina buscando sus disfunciones y sus particularidades. Mila (Elena Martín) decide quedarse a vivir un invierno en la residencia de su abuela en L’Escala para trabajar junto a su compañero Marcel (Oriol Pla) que está haciendo sustituciones en el instituto de Torroella de Montgrí. La pareja hace el amor, ella desea el cuerpo de su amante, quiere gozar, pero algo se lo impide, hay una disfunción en la relación que le impide llegar al orgasmo. A partir de esta escena de frustración sexual, Elena Martín indaga en el origen de la crisis sexual y lleva a cabo una especie de recorrido en tres etapas vitales: infancia, adolescencia y juventud. El secreto quizás se encuentra escondido en la niñez, cuando de forma inconsciente se despierta un placer y algo marcará la vida adulta. Elena Martín explora su propio cuerpo en la vida real y en la ficción, nos muestra la urticaria nerviosa que surge cuando desea y cuando practica su sexualidad. ¿Cómo encontrar el placer y su propia forma de desear más allá de las normas, las convenciones y las generalizaciones? ¿Cómo liberarse de las normas y frustraciones impuestas por ciertos códigos culturales? Elena Martín rueda una película valiente que tiene algunos desajustes dramáticos, sobre todo en el tránsito entre las tres edades, pero en la que hay una voluntad de explorar un tabú, de realizar un cine de mujeres que hable del cuerpo de las mujeres y que asume la incomodidad para ir más allá de los tópicos y penetrar en un territorio poco explorado en el cine. Àngel Quintana