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La película dura siete minutos, pero es un poco absurdo calificarla como un cortometraje. As Filhas do Fogo funciona como una instalación. Hay tres pantallas. En la primera vemos a un chica andar mientras los destellos de fuego volcánico marcan sus movimientos. En la segunda vemos a otra chica inmóvil ante un paisaje volcánico y en la última el rostro de una tercera chica, sin movimiento. Las tres cantan una extraña canción, como si fuera una pieza de ópera contemporánea, en la que se preguntan hasta cuando durará este sufrimiento y qué pasará cuando dejen de existir. Hay entre las imágenes de mujeres y fuego mucho dolor. Al cabo de cinco minutos las tres pantallas desaparecen y vemos unas imágenes en 16 mm rodadas en Cabo Verde, una familia y una choza en un paisaje árido. Al fondo hay un volcán. En los títulos de crédito descubrimos que la pieza musical que hemos escuchado se titula Canción de embalar y que es un tema tradicional de Ucrania. El dolor de la guerra conecta con el dolor ancestral de un pueblo. Hay algo que siempre persiste y que el tiempo nunca puede borrar. Àngel Quintana