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El debate sobre el realismo sobrevuela la selección de cortos de este año en Zabaltegi. Ya escribimos sobre Two of Us y Oyu, que toman la realidad –sea eso lo que sea– como punto de partida irrenunciable para sobrepasarla y transformarla, algo que se repite en We Are The Hollow Men y Single Light, esta vez en forma de relatos estilizados, algo rígidos, sobre sendas situaciones de inspiración naturalista. En la primera –dirigida por Rati Oneli, el coguionista de Beginning, de  Dea Kulumbegashvili,– la mansión familiar sirve de marco claustrofóbico para un enfrentamiento entre padre e hijo, entre generaciones separadas por la sensibilidad y la Historia, marcado por afiladas elipsis y un largo travelling en exteriores más exhibicionista que otra cosa. En la segunda, de Shaylee Atary, el relato de la violación de una muchacha en Tel Aviv viene filmado desde una calculada distancia, que se va reduciendo cuando a la directora le interesa aproximarse a sus imprevisibles reacciones durante el día posterior al suceso. Más que reconversiones estilísticas de una realidad determinada, se trata aquí de la dificultad de filmar acontecimientos problemáticos, y de hacerlo desde una postura moral determinada, algo que ambos cortos solucionan rehuyendo el verdadero conflicto un tanto tramposamente.

Dos cortometrajes españoles, sin embargo, se enfrentan a esos mismos problemas sin tantos aspavientos y con mayor capacidad de sugerencia. El escenario en que se desarrolla Aunque es de noche, de Guillermo García López, es La Cañada Real de Madrid, problemático asentamiento madrileño en el que abundan la delincuencia y las drogas. Renunciando a una aproximación ‘de denuncia’, a cualquier tipo de charlatanería demagógica, la película opta por el enfrentamiento con la fábula, incluso con lo fantástico y lo maravilloso, para retratar a un personaje conmovedor. Y un giro parecido utiliza Contadores, de Irati Gorostidi, que se sitúa en 1978 para contar una huelga de la época, las discusiones y los enfrentamientos, las frágiles interacciones entre los participantes y un mundo exterior que ya se entrevé problemático, un avance de lo que estaba por venir. Fotografiado por Ion de Sosa, en imágenes que parecen congeladas en el tiempo, aquí la realidad de la época es abordada de la manera más honesta posible: si no se estuvo allí, lo mejor que puede hacerse es recrearlo como una estampa de época, evitando a la vez cualquier idealización o tentación ilustrativo-esteticista. En su tratamiento del tiempo pasado que sigue siendo presente o viceversa, además, Contadores se acerca a Two of Us y Oyu para conformar una improvisada trilogía de cortos que no solo son los más interesantes de la sección en la que intervienen, sino que igualmente se muestran a la altura de los mejores largos con los que compiten. Pues de eso se trataba, ¿no? Carlos Losilla