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A finales del siglo XIX, H. G. Welles publicó una novela de ciencia ficción llamada La isla del Doctor Moreau, en la que un doctor maléfico realizaba extrañas operaciones con seres humanos a los que viviseccionaba y convertía en animales. En aquellos años la vivisección generada por extrañas operaciones corporales se convirtió en una pasión científica y sirvió para que la novela, posteriormente llevada por primera al cine en 1932 con el título de La isla de las almas perdidas por Erle C. Kenton, fuera considerada morbosa. Actualmente, la vivisección y las operaciones quirúrgicas de trasplante animal no han pasado a la historia, y las hipotéticas mutaciones de futuro son cuestiones genéricas.

Thomas Cailley habla en Le Règne animal de un mundo en el que los humanos pueden sufrir transformaciones y convertirse en pájaros que no saben volar, osos depredadores y toda especie de extrañas criaturas. Los humanos están en un proceso extraño de mutación y se pueden convertir en los otros, en unos seres de carácter salvaje. En el nuevo mundo mutante se establece una división entre los seres normales y los mutantes que cuando son capturados deben ser destruidos. Le Règne animal cuenta la historia de un padre y un hijo que buscan a su madre mutante. Por el camino el chico ve cómo la espina dorsal adquiere formas extrañas, sus dedos empiezan a mutar y el animal empieza a surgir del interior de su propia biología. La película puede considerarse una metáfora sobre cómo la sociedad margina y anula la diferencia. En algunos momentos parece como si Thomas Cailley rodara una especie de metáfora cercana a Avatar en la que los militares llegan a los bosques como si se tratara del planeta Pandora. La película es vistosa, brillante en algunos momentos y cansina en su parte final, en la que no encuentra nunca el momento oportuno para acabar el relato. Àngel Quintana