Hoard es una historia de amor y duelo. Así lo define Luna Carmoon, quien ha creado con su ópera prima un relato profundamente personal sobre una joven y el vínculo irrompible con su madre, quien es hoarder o acumuladora. Esta realidad se revela pronto en el film y se enfatiza recurriendo a frecuentes planos cenitales que muestran cómo viven la pequeña Maria y su madre Cynthia en el Londres de los años ochenta. Tras un grave accidente en casa, Maria acaba por vivir con una madre de acogida y en ese momento la película hace una gran elipsis a 1994, donde nos encontramos con una Maria ya adolescente, quien, a las puertas de la vida adulta, mantiene un espíritu rebelde que no se ajusta a las normas de la sociedad. Cuando un día cualquiera recibe las cenizas de su madre, a quien daba por muerta diez años atrás, los traumas de su infancia se reactivan. Esto potenciado también por la ausencia forzada de su mejor amiga y, sobre todo, por la llegada de Michael, un marginado como ella que trabaja como basurero y cuya novia está a punto de ser madre. Todas estas circunstancias detonan el trauma que Maria nunca llegó a resolver y que vuelve a través de los sentidos: de los olores y las sensaciones, que Carmoon logra transmitir mediante los propios elementos formales de la película en un juego constante con la iluminación y el diseño de sonido. Toques de fantasía que irrumpen en la realidad se hacen cada vez más frecuentes: momentos en los que Maria parece desconectar del mundo real e irse a la tierra de los recuerdos. Y si bien hay decisiones de guion que no se llegan a entender del todo, Hoard es al menos una película original, que explora temas recurrentes en el cine desde un punto de vista diferente, con interpretaciones realmente excepcionales por parte de caras conocidas como Hayley Squires (Adult Material; Yo, Daniel Blake), Samantha Spiro (Sex Education) o Joseph Quinn (Stranger Things), pero especialmente por Lily-Beau Leach y Saura Lightfoot-Leon, las dos actrices que dan vida a Maria (como niña y adolescente) y a quienes merece la pena seguirles el rastro. Daniela Urzola