Realizador de la sobrevalorada pero estimable 120 pulsaciones por minuto (Gran Premio del Jurado en Cannes, 2017), Robin Campillo entrega con este nuevo trabajo suyo –filmado con el exigente formato 1:1,33– una confusa indagación en la existencia cotidiana de las familias de los militares franceses que todavía permanecían en la isla de Madagascar, a principios de los años setenta, en una de las últimas bases aéreas del ejército galo en África. Campillo es el montador habitual de las películas de Laurent Cantet y la película con la que triunfó en Cannes como director dejaba ver, efectivamente, un notable punch en su sabia utilización del montaje, por lo que llama mucho la atención que, en este caso, sea precisamente el trabajo de edición (firmado igualmente por él, junto con otros dos colaboradores) no solo lo más discutible, sino también lo más desatendido de una propuesta narrativa que salta, sin demasiada coherencia, del punto de vista de un niño de diez años que observa de manera furtiva la vida de los adultos (Thomas), al de otro militar que deambula por la base en compañía de una chica nativa y, después, incluso, al de los rebeldes que capitanean –tras ser liberados por los franceses– la reivindicación de la real independencia política del país. Entre medias se cruza también la escenificación intermitente de las fantasías infantiles de Thomas cuando se imagina las aventuras de la intrépida heroína de cómic Fantômette, que comparte con otra niña de su misma edad. De esta manera, lo que podría haber sido una radiografía de la trastienda familiar y militar del colonialismo en retirada (algunos retazos aislados quedan de ese propósito), se queda en un montaje dubitativo y desconcertante de piezas y fragmentos muy diferentes cuya articulación narrativa nunca llega a ser armónica ni especialmente productiva. Carlos F. Heredero