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El segundo largometraje de ficción de Clément Cogitore (más conocido por su mediometraje documental Braguino) es lo que tendría que haber sido un verdadero remake de El callejón de las almas perdidas, una reactualización en toda regla de una historia del pasado que encuentra el reflejo adecuado en personajes del presente. La única vinculación de Goutte d’Or con la película de Goulding es su personaje principal, pues más que una historia, lo que nos presenta Cogitore es a una serie de personajes fuera de lo común. Empezando por Ramsès (Karim Leklou), un rostro singular que parece reflejar a un tiempo la locura y la santidad. Ramsès ejerce como médium, comunicándose con personas desaparecidas o directamente muertas. Por supuesto, se trata de una farsa facilitada por las redes sociales, por la información que Ramsès y sus colaboradores recaban de Internet. La primera parte de la película narra precisamente cómo funciona esta estructura de la mentira, cómo se organiza económicamente, el reparto que se hace posteriormente del dinero así recaudado… Hasta que entran en escena otros personajes igualmente extraordinarios, un grupo de preadolescentes de Tánger que ha llegado a París y, con su violencia exacerbada, domina el barrio. Ellos irrumpen en el apartamento de Ramsès y desde ese momento todo se desmorona, al menos hasta que sucede lo impensable y el farsante se revela como un verdadero médium. Cogitore crea un clima desasosegante, de una tensión por momentos insoportable, la que emana de ese pequeño grupo que ha perdido a uno de sus miembros y que carece de escrúpulos. Inevitablemente, esta es una película en la que se suceden las carreras, intensa, que nos deja sin respiración.

Jaime Pena