Cristian Mungiu parte siempre de una serie de hechos reales. Para R.M.N. se inspira en unos hechos acaecidos en un pueblo fronterizo en 2020, en una zona en la que conviven junto con los rumanos trabajadores procedentes de Hungría y Alemania. El suceso tuvo lugar cuando en el interior de este pequeño lugar se creó un foco de tensión racial hacia un grupo de emigrantes de Sri Lanka que se hicieron cargo de la panadería. Los habitantes del pueblo consideraron que los extranjeros les quitaban el trabajo que ellos no querían. Mungiu realiza una película sobre el racismo en Europa, pero la rueda a partir de una serie de peculiaridades. En primer lugar, nos recuerda que aquellos que actúan contra los extranjeros de Sri Lanka han sido emigrantes en otros países de Europa y que los propios rumanos sufren las vejaciones de la extrema derecha de otros países que los consideran mano de obra de segunda fila. Estos trabajadores rumanos actúan en su país según los principios raciales de la extrema derecha y no asumen los principios básicos de una democracia que ha sido incapaz de madurar. Detrás de la tensión racial se esconde el problema de la herencia dejada por el comunismo en Rumanía.
Cristian Mungiu penetra en el corazón de la Rumanía profunda, se hace eco de un mundo ancestral, observa sus rituales, pero también cómo la ideología está presente en las acciones de un pequeño mundo. Hacia los momentos finales, la cámara filma en un plano fijo de casi quince minutos una reunión de la comunidad que debe decidir sobre el destino de los emigrantes que trabajan en la panadería. El debate que surge durante la asamblea, en la que toman la palabra diferentes personajes del lugar acaba constituyendo una especie de retrato de la Europa del Este actual, con todas sus contradicciones políticas. La sobriedad de tono marca una película, construida de forma impecable, con un guion de gran solidez y una mirada nada complaciente hacia una realidad mostrada en toda su crudeza.
Àngel Quintana
Viaje a la Rumanía profunda de la mano del director de 4 meses, 3 semanas, 2 días (Palma de Oro en 2007). Estamos en un pequeño enclave multiétnico de Transilvania donde conviven ciudadanos de origen rumano, húngaro y alemán, al que llegan sucesivamente un habitante local (exemigrante en Alemania, donde es despreciado como ‘gitano’) y tres emigrantes de Sri Lanka, contratados por la fábrica de pan para realizar un trabajo que ninguno de los vecinos del pueblo quiere asumir. A las tensiones subterráneas que subyacen bajo la existencia cotidiana de la villa (la herencia soterrada del comunismo, el peso de las tradiciones ancestrales y de leyendas atávicas), se añaden pronto la xenofobia que despierta la presencia de los nuevos emigrantes, el odio agitado por la extrema derecha, la inhibición y la hipocresía de la Iglesia, y todos los miedos que generan la integración en Europa, la libre circulación de trabajadores y la inseguridad de las viejas identidades, incapaces de enfrentarse a la otredad desde supuestos democráticos y humanistas.
Mungiu dibuja un poliédrico crisol que da cuenta de la vida en la comunidad y radiografía con despiadado escalpelo crítico el racismo, la intolerancia, el odio y la violencia que se termina desatando. Lo hace con un relato que, durante su primera mitad, consolida un protagonismo coral cuyos vínculos internos van trenzándose poco a poco hasta desembocar en la explosión abierta del conflicto xenófobo. Un larguísimo y prolongado plano secuencia de más de diez minutos, con la cámara fija en un encuadre amplio y general, registra el transcurso de la asamblea local en la que salen a la luz con extrema virulencia el racismo alimentado por los miedos y la amenaza de males mayores en el horizonte inmediato. Es un plano que vale por toda la película: en su interior se incuba el ‘huevo de la serpiente’, el veneno que conduce –irremediablemente– a la exclusión discriminatoria y a la repetición del horror. Como su protagonista con el cerebro de su padre (R.M.N son las siglas de ‘Resonancia Magnética Nuclear’, la prueba médica que le hacen a este), Mungiu parece querer indagar en la imagen cerebral para buscar el origen de la metástasis que genera la enfermedad del racismo y de la xenofobia en lo más profundo de su país o, si se quiere, en la materia gris de este continente al que regresa el cáncer del fascismo. La película resultante no es la mejor de su filmografía, pero sí es una obra valiente, minuciosamente construida con el acostumbrado rigor de su director y capaz de iluminar un rincón oscuro de nuestra Europa.
Carlos F. Heredero
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