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Conference comienza con un plano dilatado y ligeramente picado de un patio de butacas. Cinco minutos de un plano fijo dilatado hasta el extremo que haría las delicias del David Lynch más reciente. Una declaración de intenciones con la que el director Ivan I. Tverdovskly plantea lo siguiente: ¿Es posible representar visualmente la dilatación del dolor de la pérdida y de la tragedia? Porque a partir de un acontecimiento ocurrido en Rusia en el año 2002 (la toma de rehenes por el terrorismo checheno en el teatro Dubrovka de Moscú) Ivan Tverdoksly construye un artefacto de metraje y planos dilatados hasta el paroxismo para, por una parte, llevar al límite del sufrimiento y el dolor al espectador, como sobre todo, conseguir trasladar al lenguaje audiovisual la penitencia de Natasha, una superviviente de la tragedia.

Construida a partir de tres actos y un epílogo, la cinta entrega sus mayores aciertos en el segundo de ellos. Una reconstrucción en el interior del teatro de la tragedia, parte performance, parte expiación, donde los ecos de lo acontecido permanece fuera de campo, pero pervive y es representado a partir de los testimonios de algunas de sus víctimas supervivientes. Una tour de force, donde la el objetivo permanece inmóvil, donde las figuras y los encuadres sirven para mostrar al espectador el espectáculo del horror fuera de campo. Un horror hierático, compungido, cuya eclosión nunca llega a producirse, vislumbrándose en unos primeros planos que muestran pero ocultan al mismo tiempo el rostro de los protagonistas de la tragedia, rompiendo todas las convenciones formales del clasicismo. Un acto de una hora de duración donde el director rompe los límites entre la representación ficticia de un hecho real y el documental reconstruccionista a partir de una liturgia tan perversa como extrañamente purificadora que alcanza su paroxismo, formal y emocional, en ese plano final sostenido del perfil del rostro en primer plano de Natasha dando rienda suelta a todo aquello que ha ido macerando en el interior de su alma.