Ganador en Cannes del Premio ‘Un certain regard’ por El día más feliz en la vida de Olli Mäki (2016), el finlandés Juho Kousmanen accede este año a la Sección Oficial del certamen con una trainmovie que lleva a su protagonista (una joven estudiante finlandesa de arqueología) desde Moscú hasta la ciudad rusa y portuaria de Mourmansk, en la costa noroeste de la península de Kola, en busca de unos valiosos petroglifos con millones de años de antigüedad. La mayor parte del itinerario transcurre en el compartimento número seis del tren que da título al film, estrecho y minúsculo microcosmos en el que ella (novia de una chica rusa, con la que vive en Moscú) se encuentra con un rudo minero y establece con él una relación primero de rechazo y desprecio, luego de curiosidad, más tarde de cercanía y finalmente de amistad y complicidad a pesar de los soterrados anhelos del chico por acceder a una relación amorosa que se sabe imposible. La propuesta narrativa concentra en los escasos metros del compartimento toda la metáfora del viaje: un universo cerrado y claustrofóbico que hace posible la apertura de ambos personajes a sensaciones y experiencias hasta entonces desconocidas para ambos. La aventura culmina en las nevadas tierras de Mourmansk, azotadas por vientos helados al borde del Ártico: un paisaje que precipita la catarsis emocional sin que lleguemos a saber (y lo mejor de todo: sin que realmente importe) si han llegado a ver, o no, los petroglifos que soñaba con ver la protagonista. En la mejor tradición del género, se trata de un viaje físico y emocional que cambia a los personajes sin ceder a la convención tentadora de un encuentro sexual; una aventura que, en sus momentos finales, tiene algo de empeño absurdo y algo ‘herzogiano’, de locura hermosa, imposible y transformadora a la vez.
Carlos F. Heredero
El compartimento que da título a la película es el de un tren de segunda clase que se desplaza desde Moscú hasta Murmansk, una ciudad situada junto al Océano Artico. El viaje configura una road movie ferroviaria en la que, como en toda buena muestra de dicho subgénero, el objetivo no es el final del viaje sino las experiencias acumuladas. El paisaje que atraviesa el tren es el de la Rusia de finales de los ochenta, momento en el que se estaba descomponiendo o ya estaba descompuesta. No hay signos de la situación política, únicamente la canción de Desireless, titulada Voyage, voyage, del año 1989. Lo importante de la película no es tanto el mundo exterior en transformación sino la transformación interior que lleva a cabo Laura, una chica finlandesa instalada en Moscú que vive una relación amorosa con Irina, que no participa en el viaje. Ella quiere ser arqueóloga y decide viajar hasta los confines de la tierra para ver unos fósiles que nos hablan y ayudan a comprender el origen.
A lo largo del trayecto nos damos cuenta que a Laura no le preocupa tanto el origen, sino su presente. “Es fácil comprender el presente cuando estudias el pasado”. Quiere saber quién es y adonde va su vida. En el trayecto se cruza con Lioja, un cazurro minero ruso que no cesa de beber vodka. Laura y Lioja deben compartir el compartimento ferroviario y para la primera la presencia de un extraño se convierte en un estorbo. La magia de la película surge cuando a pesar de los antagonismos culturales surge una química que hará despertar la melancolía. Ambos beben vodka, comparten alguna comida en el vagón restaurante, se rechazan pero progresivamente se abre. Laura pierde la memoria visual de su vida anterior y solo le queda la posibilidad de llegar hasta el fin del mundo para comprender la importancia de los pequeños momentos vitales. Los instantes finales de la película reflejan esta ansia de encontrar el fin, de estar en contacto con un mundo imposible transformado por los fuertes vientos invernales en el que ambos personajes comprenden que, a pesar de ser distintos, hay en ellos una transparencia emocional que puede unirlos. Juho Kuosmanen filma una película sencilla, casi minimalista en la que las relaciones humanas encuentran su contrapunto en un paisaje situado en el crepúsculo, en el fin. Para poder volver empezar, a veces es preciso conocer la experiencia del fin y una vez asumido este territorio, es quizás el momento de volver a empezar.
Àngel Quintana