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Al otro lado del espejo.
Jaime Pena.

Vista en retrospectiva, se diría que Están vivos (John Carpenter, 1988) es una de las grandes influencias en el moderno cine afroamericano. Su discurso político camuflado bajo la máscara de la ciencia ficción distópica no solo parece estar en sintonía con el Paul Verhoeven más sarcástico, el de los noticiarios y anuncios televisivos de RoboCop (1987) o el de la premonitoria Starship Troopers (1997), con su presagio del 11-S, sino también con la fábula anticapitalista propuesta por Boots Riley en Sorry to Bother You (2019), en la que un teleoperador negro consigue ascender meteóricamente en su empresa gracias a su capacidad para imitar la voz de los blancos. En la película de Carpenter, unas gafas permitían desvelar una invasión alienígena y los mensajes consumistas que subliminalmente se lanzaban desde los titulares de la prensa o desde la propia publicidad, mientras una élite humana, en colaboración con los extraterrestres, ejercía el control de la sociedad desde unos túneles y bases subterráneos. Todas estas películas comparten una misma forma de crítica política que lanza sus dardos sin sutilezas ni paños calientes, algo que en Verhoeven y Riley deriva claramente hacia la sátira.

Este componente satírico es consustancial a las dos películas dirigidas por Jordan Peele, Déjame salir (2017) y Nosotros (2019), cine político que también adopta el disfraz del cine de género: el terror en el primer caso, el terror y la ciencia ficción en el segundo. Es difícil imaginar una alegoría antirracista más directa y poderosa que la propuesta por Peele en Déjame salir, tampoco una película que consiga equilibrar con tanta maestría la deriva que nos lleva de la comedia al terror al tiempo que desliza una crítica política tan grosera como efectiva. El humor está menos presente en Nosotros y su calado político quizás no sea tan inmediato, pero no por ello es menos profundo.

Sostenida sobre una acumulación de referencias muy conocidas que van desde Metrópolis o La invasión de los ladrones de cuerpos hasta Funny Games o The Matrix (sin olvidar una ambientación en una población costera californiana que recuerda la de Los pájaros), Nosotros nos sugiere la existencia de un mundo subterráneo de túneles y pasadizos que, a diferencia de los de Están vivos, no estarían habitados por una élite dominante sino justo por sus opuestos, los dobles de cada uno de nosotros (aunque el Us del título original puede referirse también a las iniciales de ‘United States’: “Somos americanos”, dice la otra Adelaide), ese doble que tenemos al otro lado del espejo condenado a repetir incesante y mecánicamente todos nuestros movimientos y actos. El temor a que nuestros otros yo reclamen su (nuestro) lugar tiene muchas implicaciones, tanto las puramente genéricas –al fin y al cabo estamos ante una especie de variante de (literalmente) muertos vivientes– como las políticas, pues la rebelión de los oprimidos, de los que viven en el subsuelo, afecta en este caso a dos familias de clase media; tal es la riqueza discursiva de Nosotros.

Con todo, quizás su mayor virtud deriva de su final, con un giro a lo Shyamalan que posibilita una reinterpretación de toda la película. Precisamente por eso y exceptuando alguna que otra trampa en los diálogos, Nosotros es mucho mejor en un segundo visionado, algo que no sucedía con Déjame salir. De repente descubrimos cómo la propia película se confronta en el espejo con su doble, esa otra película ahora más siniestra que emerge del subsuelo y que insinúa un triunfo tan modesto como perturbador de los oprimidos.