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La vida en una ciudad pequeña, en el fondo, es igual en todas partes. O por lo menos eso es lo que se deduce tras ver Any Crybabies Around?, el segundo largometraje del japonés Takuma Sato. Estamos en la península de Oga, al norte del país, y un joven del lugar se encuentra aprisionado en una vida que nunca imaginó: es padre de una niña y su mujer empieza a estar harta de sus continuas borracheras, por lo que no es extraño que aproveche una celebración local para desencadenar un incidente que cambiará su vida, aunque no sea en el sentido que él hubiera querido. El punto de partida, pues, se mueve entre el drama y la comedia, pergeña el retrato de una comunidad cerrada con el tono de una crónica costumbrista. Lo que sigue, no obstante, va mucho más allá: el seguimiento implacable de una maduración personal que finaliza con otro gesto de insubordinación, esta vez mucho más amargo y puede que definitivo.

Esta es una película sombría, el relato de una caída libre que no ahorra ni un solo mal trago. Sin embargo, Sato nunca subraya, jamás enfatiza. Al contrario, su película es luminosa y serena en su lobreguez existencial. Nadie es culpable de nada, no hay buenos ni malos, todos tienen sus razones, por mucho que ello no impida que una estructura elíptica y desconcertante termine llevando al corazón del asunto: en su cansina huida a Tokio, en su regreso a Oga para enfrentarse de nuevo a su familia de origen y a la imposibilidad de reunirse con su hija, el personaje se verá inmerso en un viaje inmóvil que siempre lo devuelve al punto de partida. Y que convierte esta película humilde pero intensa, a veces tan desorientada como su propio protagonista, en la narración de un aprendizaje a la inversa que también incluye al espectador. La cuestión es estar a la altura.