Tercer largometraje de Gia Coppola (hija de Gian-Carlo, hijo mayor de Francis Ford Coppola y nieta, por tanto, del director de Megalópolis), The Last Showgirl muestra sus mejores acordes cuando se queda a solas con su protagonista: una bailarina de cincuenta años que se enfrenta al ocaso definitivo de su carrera como integrante de un show tradicional en Las Vegas, a la vez que debe replantearse su relación con la hija a la que abandonó para poder desarrollar su vocación en el mundo de las lentejuelas. Que este personaje sea interpretado por Pamela Anderson (chica Playboy a comienzos de los años noventa, famosa por sus grandes pechos artificiales y por la mediática presencia de su vida personal) introduce en el film una lectura paralela que la actriz asume de manera valiente y entregada, llena de sinceridad y desgarro al mismo tiempo. Ella y una igualmente magnífica Jamie Lee Curtis (memorable interpretación la suya en el papel de una ajada camarera de casino, también en forzosa retirada) inyectan en el film los acordes crepusculares más valiosos, más emotivos y de mayor autenticidad. Es una lástima que unos diálogos demasiado informativos, encargados de explicar al espectador constantemente cómo se sienten los personajes, mediaticen la sinceridad que el estilo vibrante y cercano de la puesta en escena trata de capturar valiéndose sobre todo de las dos actrices. El resultado final, pese a todo, es una película apreciable, con destellos aislados de indudable talento en medio de una propuesta humilde y discreta que mira de frente a sus personajes y que no se reviste de impostadas pretensiones.

Carlos F. Heredero