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Carlos F. Heredero.

Cuando las páginas de este número de Caimán CdC entraban ya en imprenta llegaban las nominaciones a los Premios Goya y pocos días antes se habían conocido las nominaciones a los Globos de Oro de Hollywood. Si repasamos estas últimas no encontraremos ni rastro de Paterson (Jim Jarmusch), ni sombra de Sully (Eastwood), ni siquiera migajas de Los odiosos ocho (Tarantino), Todos queremos algo (Linklater), Certain Women (Reichardt), Amor y amistad (Stillman) o Silencio (Scorsese). Si escrutamos las nominaciones españolas, enseguida se hacen patentes la ausencia flagrante de La muerte de Luis XIV (la mejor película española de este año según Cannes, pero también según publicaciones como Film Comment, Sight & Sound, Cinema Scope o Caimán CdC), y el olvido total de La academia de las musas (Guerin) y Mimosas (Laxe), así como la clara postergación de Kiki, el amor se hace (León) y más todavía de La próxima piel (Isaki Lacuesta).

Nadie se crea que esta es una ceguera exclusiva de los académicos españoles y de los periodistas extranjeros de Hollywood. El gran jurado de Cannes –templo mediático del cine de autor– superó este año todos los récords al dejar completamente fuera de su palmarés –lean hasta el final de la lista, por favor– a Paterson (Jarmusch), Toni Erdmann (Ade),  Sieranevada (Puiu), Loving (Nichols), Aquarius (Mendonça Filho), Elle (Verhoeven) y La Fille inconnue (Dardenne), lo que ha llevado a Nick James (director de Sight & Sound) a confirmar “qué puñado de estúpidos fue el jurado de este año”. Y ese tribunal estaba formado, entre otros, por gente tan respetable como George Miller, László Nemes, Arnaud Desplechin, Mads Mikkelsen, Donald Sutherland, Valeria Golino y Kirsten Dunst.

El fenómeno no es nuevo, ni en España ni fuera de España. La lista histórica de los despropósitos daría para un carnaval. Baste recordar que en el Festival de Berlín de 1960, aquel encuentro que acogió el estreno mundial de À bout de souffle, esa piedra angular de la modernidad con la que Godard abría una nueva época en la historia del cine, el jurado le daba el Oso de Oro a la española… ¡El lazarillo de Tormes, de César Fernández Ardavín!, emblema paradigmático del academicismo cinematográfico más rancio. Así que hay para dar y tomar…

Lo más desmoralizador de todo ello, sin embargo, no es la rutina, el ensimismamiento, la confusión o el conservadurismo de los jurados (ya sean estos un sanedrín de notables o un cuerpo electoral de profesionales), sino la complacencia con la que la mayoría de los medios de comunicación de todo el mundo, muchos críticos en las más diversas publicaciones (y ahora también una extensa red de bloggers practicantes de la más vieja cinefilia) festejan, difunden masivamente y con ello dan crédito implícito a decisiones que, con reiterativa y demasiada frecuencia, vuelven la espalda a las corrientes más vivas y estimulantes del cine mundial en cada momento o se repliegan sobre múltiples reflejos corporativos para jugar sus cartas únicamente en el tapete de la mercadotecnia y de la industria.

Frente a semejante avalancha de marketing industrial y comercial cabe oponer una imprescindible distancia crítica, un mínimo de escepticismo reflexivo y, sí, también un poco de perspectiva estética y artística para no dejarnos llevar dócilmente por consensos mediáticos tan influyentes como en realidad engañosos y efímeros. Y ahí estará siempre À bout de souffle para demostrar hasta qué punto son ambas cosas.