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Carlos F. Heredero.

Entre las ruinas del paisaje se abren paso algunas luces rebeldes. En medio de tanta atonía acomodaticia, de tan avasalladora hegemonía mercantil, emergen sin cesar heterodoxias reconfortantes, brotes irredentos de sublevación creativa que batallan, a veces en humilde silencio y en ocasiones con justificada ira, contra la estandarización impuesta por un mercado insaciable frente al que tantos y tantos se pliegan con docilidad. Y, en medio de semejantes coordenadas, ¿cuál debería ser la labor de la crítica…? Nos planteamos esta pregunta, eso sí, dando por supuesto que, como recordaba hace poco Jordi Sánchez Navarro, ni tiene sentido ni se podría entender que su función fuera la de limitarse a comentar, o celebrar, la rentabilidad comercial –siempre deseable– de los dineros invertidos en la industria.

Frente a esa concepción meramente sumisa (pues para semejante viaje no hacen falta alforjas de este tipo: ya tiene la industria sus propios portavoces y sus propias instituciones encargadas de promocionarla), encontramos en el paisaje que ofrece la actualidad de mayo una amplia constelación de brotes y de síntomas que, según entendemos nosotros, merece la pena poner en valor.

Ahí está, sin ir más lejos, la exhibición en La Casa Encendida de Madrid de Norte. The End of History, del filipino Lav Diaz: una película de más de cuatro horas que no ha encontrado acomodo en el circuito de las salas comerciales, pero que es –según un amplio consenso internacional– uno de los grandes monumentos que ha dado el arte cinematográfico de los últimos años. Ahí está el estreno de Stella cadente, de Lluís Miñarro, una original propuesta de cine histórico que se sitúa entre las más heterodoxas que quepa imaginar, portadora –además– de una inteligente y atendible reflexión metafórica sobre la Historia de España y sobre la España de hoy.

Ahí está también el estreno de Rompenieves, del coreano Bong Joon-ho, película que llega a nuestras salas gracias a la determinación de una humilde y pequeña distribuidora capaz de poner en circulación un singular y poderoso film de ciencia ficción que genera otra pertinente metáfora; en este caso, sobre la necesidad de la revolución social y sobre la lucha de clases: temas que sus imágenes exploran a fondo sin renunciar a ninguna de las coordenadas propias de su género.

Y ahí están igualmente, en otro orden de cosas, todas las imágenes que ha generado el revulsivo social que supuso el 15M, testimonio audiovisual de guerrilla (en la mayoría de sus manifestaciones) que da cuenta de un momento histórico que destapó –con enorme vitalidad– toda la frustración y también todas las esperanzas que se amontonan en nuestro país. Y ahí está, a su vez, toda la potencialidad mágica y alquímica que atesora el cine de animación, capaz de dialogar con –e incluso de desafiar a– la imagen real cada vez con mayor audacia. Y ahí están, last but not least– todos los libros de cine que nos ayudan a pensarlo, a entenderlo y a relacionarnos con él de manera activa. Reductos de insumisión, oportunidades para incentivar el pensamiento crítico. Heterodoxias necesarias, en definitiva.