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Carlos F. Heredero.

La galaxia Cannes ofrece todos los años una oportunidad difícil de ignorar para tomarle el pulso al cine del presente, pero el riesgo que asumen casi todas las lecturas que se trazan a partir de las películas mostradas en La Croisette es el de resultar tributarias de una abusiva generalización. ¿Bastan tres, cuatro, acaso cinco títulos descubiertos en el festival, que compartan una determinada orientación, para que asentemos –de inmediato– que dicha tendencia se abre paso con personalidad propia en el cine mundial…? Se puede argumentar que, en medio del marasmo heterogéneo propio de un certamen elefantiásico como el de Cannes, la aparición de un ramillete de obras de autores distintos y procedentes de cinematografías muy diferentes, todas ellas concernidas por preocupaciones o estilos comunes, resulta ya suficientemente reveladora de un determinado estado de las cosas, pero lo cierto es que no siempre esa tendencia o esa corriente va mucho más allá del cúmulo de circunstancias puntuales que confluyen en el certamen francés.

Sin ir más lejos: el dictamen común que destila la programación de Cannes 2009 apunta hacia el retroceso de los mestizajes entre el documental y la ficción (tan visibles y tan pujantes el año pasado), dado que esta última parece haber tomado al asalto –con particular impulso exhibicionista– el imaginario de algunas de las más reveladoras propuestas creativas que pudieron verse en las diferentes secciones del festival, pero… ¿acaso podemos deducir, por ello, que la pulsión documental –tan
profundamente arraigada en el universo fílmico de la última década en casi todas las cinematografías del mundo– se encuentra en retroceso o a punto de extinguirse? Debe anotarse, en cualquier caso, que la pregunta es en sí misma tan retórica como la afirmación opuesta, dado que la base empírica para sustentar tanto una como otra no resulta evaluable con suficiente solidez, solamente, tomando como referencia el paisaje fílmico desplegado por los programadores de Cannes.

Esta cautela mínima, que todas las instancias de reflexión crítica deberíamos autoaplicarnos, no impide, en cualquier caso, que podamos señalar como una evidencia esa búsqueda apasionada del espacio y de la función (ese “buen lugar” del que habla Jean-Michel Frodon en su  artículo) que el propio cine quiere ocupar o puede jugar dentro de la producción cinematográfica actual. Una búsqueda que películas como Malditos Bastardos (Tarantino), Los abrazos rotos (Almodóvar), Independencia (Raya Martin), Vengeance (Johnnie To), Visage (Tsai Ming-liang), Les Herbes folles (Resnais) o incluso La cinta blanca (Haneke),  conducen –cada una de ellas– por caminos muy diferentes y personales, sólo aparentemente antagónicos, pero en realidad complementarios y mutuamente enriquecedores.

Las imágenes del cine, el deseo del cine y la materia del cine se adueñan y dialogan entre sí dentro de unas ficciones que, lejos de sucumbir a un estéril manierismo posmoderno, se arriesgan a buscar nuevas formas capaces de restituir una determinada visión del mundo y una cierta manera de estar en él. Es la galaxia Cine.