En su adaptación de la novela belga Lize Spit, Veerle Baetens construye dos líneas narrativas separadas por una brecha temporal y psicológica, en torno a una misma protagonista, Eva. La Eva adulta es una persona solitaria, aparentemente marcada por un trauma del cual fue víctima y verdugo y que le imposibilita relacionarse socialmente de manera natural, especialmente en lo que se refiere a las relaciones sexoafectivas. El origen del dolor, misterio del thriller, lo encontramos en la Eva niña, hija de unos padres carentes de amor, la cual durante un verano acabó convirtiéndose en una suerte de alcahueta para dos amigos que, mediante un juego de verdad o atrevimiento, abusaban sexualmente de las chicas del pueblo. Baetens comienza aproximándose a la problemática de forma naturalista, honesta, con planos cerrados que se apoyan en la firme interpretación de Charlitte de Bruyne y Rosa Marchant, que de alguna manera consiguen compartir una misma mirada inteligente, fuerte pero frágil. Se muestra audaz al exponer tanto el tránsito de la niñez a la adolescencia, tan silencioso como doloroso, como la complicidad de los adultos para silenciar el terror y proteger a sus propias crías. Sin embargo, en lo que se refiere a la representación de la violencia, el film se desmorona progresivamente mientras la cineasta conecta una tradición del cine de la crueldad europeo (especialmente con Haneke, pero en este caso sin el talento suficiente ni la solidez discursiva) para filmar, sin ninguna sensibilidad artística, los momentos más atroces. Léase, por ejemplo, un primer plano sostenido durante más de un minuto sobre el rostro de una niña que está siendo violada y cuyo único contraplano consta de una cucaracha retorciéndose en el suelo, un subrayado igual de vulgar como irrespetuoso. Baetens insiste, de forma gratuita y provocadora, en violar al propio público para terminar cerrando el film con un giro melodramático y manipulador que glorifica de forma irresponsable el suicidio con fines vengativos.
Yago de Torres