Mientras la primera sesión de cortometrajes de Zabaltegi exhibía una notabilísima calidad media, así como una sorprendente unidad temática y formal, la segunda supuso una decepción en todos los sentidos, al menos para quien esto escribe. No se le puede negar coherencia, pues todos los trabajos exhibidos utilizan el formato para trabajar las elipsis de todo tipo y las distintas figuraciones de la ausencia, así como para extraer de ellas distintos niveles de sugerencia. Pero en la práctica totalidad de los casos ese esfuerzo por sintetizar sin perder intensidad se traduce en películas un tanto mecánicas, previsibles en lo formal y en lo temático, muy à la mode y poco flexibles en cuanto a inventar nuevas propuestas narrativas o modos de representación. Incluso los dos mejores adolecen de hacer demasiado explícito el esfuerzo. Cómo ser Pehuén Pedre es el complemento perfecto del largo Simón de la montaña –también presente en San Sebastián e igualmente dirigido por Federico Luis– y muestra ensayos quizá para la película, quizá para otro proyecto, con el referente de algo que no está ahí como guía y faro para el espectador, lo cual lo hace hermoso por el lado de hacer visibles distintas facetas de las discapacidades, pero también provoca que el conjunto sea un tanto mecánico y rígido. Y lo mismo sucede con Leela, de Tanmay Chowdhary, donde dos amigas y el misterio que envuelve a una de ellas, de la que hablan constantemente, evolucionan en un paisaje enigmático hasta desvelar solo algunos de los enigmas que se plantean, cuando los recursos lingüísticos del corto ya se han agotado.
Los tres cortos restantes ni llegan a la altura de los mencionados ni ostentan la energía creativa suficiente como para alcanzar el nivel medio del resto de los programados. Milky White, de YoYo Liu, emparenta a una niña y una vaca en una zona especialmente deprimida de la China más profunda y las sume en una relación a la vez afectiva y económica, pues su leche es el único recurso disponible para luchar contra el hambre, pero este prometedor planteamiento se pierde pronto en apuntes pseudopoéticos y simbolismos evidentísimos que lo hacen naufragar. Por su parte, la representante vasca, Está por venir (y tendrá tus ojos), es una pieza de animación dirigida por una vieja conocida de la sección, Izibene Oñederra, cuyo estilo punky y agresivo nunca llega a provocar el efecto deseado: sus figuras desfiguradas, su vocación apocalíptica, su crítica social un tanto esquemática, acaban resultando reiterativas y, ay, más inofensivas de lo que sus responsables desearían. En fin, Hymn to the Plague, del colectivo ruso Ataka51, utiliza a Pushkin como pretexto para pergeñar un corto que se quiere atmosférico, entre el terror y el huis clos metafórico, y que deviene un ejercicio de estilo esforzado pero efectista, empezando por el largo travelling que le sirve de sustento formal y terminando por su –quizá demasiado– férrea voluntad de simbolizar una situación general a través de un caso particular, la miseria moral de todo un país encerrada en un local de ensayos.
Carlos Losilla
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