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“A todas las criaturas que han hecho posible esta película”, reza la dedicatoria final de The Human Hibernation, un título que define su trama, más o menos, pero que esconde un espectro mucho más amplio, pues esta ópera prima de Anna Cornudella Castro nos habla de la naturaleza en general, antes que solo de los humanos. La película, en efecto, empieza con un niño, Erin, perdido en un bosque nevado. Tardaremos en saber, cuando ya la nieve haya desaparecido y la primavera comience a brotar entre el fango y el agua que corre, que Erin despertó demasiado pronto de su hibernación y que su hermana Clara lo busca ahora infructuosamente. Porque, sí, este es un mundo en el que los humanos también hibernan, como muchos animales, por más que nunca podamos afirmar qué mundo nos describe la película: ¿un mundo futuro, otro planeta? Hay algo de ciencia-ficción soviética en The Human Hibernation que remite a Tarkovsky o a Guerman, sobre todo en esa humedad que todo lo impregna, en el barro, en esos verdes tan intensos, también en esos paisajes nevados que tanto recuerdan algunas de las Elegías de Sokurov. En última instancia esta es una película que se articula a través de tres elementos muy poderosos: esos paisajes que adquieren toda su intensidad con el paso de las estaciones; los animales que los pueblan, de todos los tamaños y, entre lo cuales, los humanos no son más que otros habitantes de este mundo extraño y armónico; por último, la propia figura humana retratada desde dos perspectivas: una, como figura estática formando parte del paisaje (y que remite a algunas películas de Lois Patiño, como también las imágenes submarinas finales), y, dos, en las entrevistas que Clara hace a algunos de los habitantes del lugar, prácticamente los únicos momentos en los que la voz humana tiene una presencia destacable, y que sirven para conformar no tanto un relato como un argumento (el de la hibernación humana) que da sentido a toda la película.

Jaime Pena