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A veces, el concepto inicial del que parte una propuesta es mucho más sugerente e interesante que el resultado final de la misma. Algo que ha ocurrido en dos películas presentadas en la 19 edición del Festival de Sevilla, en secciones diferentes: A couple de Frederick Wiseman en Sección Oficial y Human Flowers of Flesh de Helena Wittmann, en Nuevas Olas Ficción. La primera de ellas, primer trabajo de “ficción” de Wiseman, traslada a imágenes la correspondencia entre Sophia Tolstoi y su marido León Tolstoi. El dispositivo, casi un monólogo teatral en exteriores, cercano en intenciones a las Cinco horas con Mario de Miguel Delibes, fascina en sus primeros compases por su preciosismo naturalista estético, pero se ahoga en un exceso de dilatación y autocomplacencia.

Algo similar ocurre en el segundo largo de ficción de Helena Wittman, tras su multipremiada ópera prima titulada Drift. Partiendo de una suerte de homenaje, reinterpretación o relectura del Beau travail de Claire Denis (incluso con la aparición de un Denis Lavant reinterpretando su personaje en la cinta de Denis), la cinta hibrida de manera irregular el slow cinema, el cine observacional, el naturalismo y el experimental, para dar lugar a un ejercicio de estilo antinarrativo, donde lo opaco, lo deconstruido de su relato alcanza incluso a los protagonistas de la ficción. Personajes ajenos a todo apunte biográfico de su pasado, en especial su protagonista, observadora y observada de un relato que se mueve de manera aleatoria, asemejando esas corrientes y olas provenientes del mar que sirven como base física y estructural del relato. El problema, que esa arriesgada apuesta funciona de manera aislada (esos planos experimentales que rompen de manera inesperada el naturalismo plácido y dilatado de la gran parte de su metraje, la explosión de felicidad lúdica de la fiesta en el barco, en los compases finales del filme, que contrasta con la languidez del resto del metraje y con la austeridad parca de esa Legión francesa que fascina a nuestra parca protagonista) quedan ahogados y disminuidos por un metraje algo excesivo y caprichoso en muchos momentos, redundando en ideas y conceptos ya planteados. Una lástima, porque la cinta de Wittmann atesora fugaces momentos de puro cine, abriendo nuevas vías a un lenguaje cinematográfico que cien años después, todavía tiene mucho que decir.