El primer largometraje de ficción de Giacomo Abbruzzese sigue el viaje interior y exterior de Aleksei (Franz Rogowski), que deja su Bielorrusia natal para alistarse en la Legión Extranjera, donde, sin hacer demasiadas preguntas, puede conseguir el permiso de residencia y la nacionalidad francesa. Su historia se cruza con la de Jomo, que forma parte de una guerrilla en Nigeria y su hermana Udoka, que sueña con abandonar el país. A través de los destinos entrecruzados de los tres, Abbruzzese indaga en qué significa ser el otro, el extranjero, el inmigrante que deja su casa para tratar de integrarse en otra comunidad. Con estas coordenadas, es inmediato señalar a la cineasta Claire Denis como un claro referente. Porque además de la Legión Extranjera, en Disco Boy está presente el baile (acompañado de la música de Vitalic, con esos acordes de música disco que parecen no terminar nunca de estallar), como movimiento liberador e integrador que sirve, además, para unir los mundos de los personajes. Acaso no son los tres proyecciones de ese extranjero único sobre cuya identidad se cuestiona Abbruzzese. “Fuera de la Legión no eres nada, eres un fantasma, un clandestino”, dice un cargo militar en un momento de la película. Quizá esté ahí la clave de ese desdoblamiento que deviene identificación. A partir del encuentro de Aleksei y Jomo en Nigeria, punto de inicio de la metamorfosis, la atmósfera se va enrareciendo (atención a la fotografía de Hélène Louvart, Mención Especial en la Berlinale) y empieza a ser difícil distinguir la realidad de la imaginación. Disco Boy transita por varios géneros y lanza tantas ideas que, al principio, puede generar algo de confusión. Y sin embargo, dicha confusión, más que un defecto, es la mayor cualidad del film, que invita a reflexionar sobre sus muchas posibles lecturas. Abruzzesse bebe dignamente de la fuente de Claire Denis para convertir su película en algo único y con identidad propia.
Elsa Tébar