Juanma Ruiz.

Conviven dos almas en Star Trek: más allá, y no son, a priori, fácilmente reconciliables. Por un lado, esta tercera entrega busca mantener el tono que J. J. Abrams imprimió a las dos cintas precedentes: la aventura ligera de ritmo veloz, cercana a los códigos de la space opera. En este sentido, Justin Lin, director de varias entregas de la serie Fast and Furious, no duda en filmar aquí persecuciones improbables y acrobacias en motocicleta.

También puede leerse la influencia de otro blockbuster espacial: el Guardianes de la galaxia de James Gunn, de tono mucho más desenfadado y ‘canalla’. La batalla del último acto de la película, estridente y desbocada al ritmo de la música de los Beastie Boys, así parece indicarlo. Entretanto, Lin deja que la cámara flote con soltura en algunas de las escenas que tienen lugar en el vacío, obviando las nociones de ‘arriba’ y ‘abajo’ y creando momentos de gran belleza, como la presentación de la estación espacial de Yorktown. Cabe lamentar, sin embargo, que el director se vea, con frecuencia, perdido en las escenas de acción (las que se le presuponen su punto fuerte), que adolecen de una narración confusa y frenética.

Todo esto se combina con pasajes en los que la cadencia del film se frena, casi en seco, para permitir que los personajes dialoguen, interactúen, reflexionen… aquí es donde se encuentra esa segunda alma de la película, que resulta mucho más cercana a la serie televisiva original que al ‘modelo Abrams’. El tono del Star Trek fundacional de Gene Roddenberry (colindante por momentos con el western y otros géneros de ‘exploración de la frontera’), o incluso de la descendiente directa de aquella, Star Trek: la nueva generación, asoma intermitentemente y sin solución de continuidad por los pliegues de un blockbuster más convencional. Esta alternancia tonal acaba por crear una cinta sincopada, a veces descompensada, pero que se mantiene en casi todo su metraje como una solvente película de aventuras.