Pudiera pensarse a la vista del título que esta nueva película de Rithy Panh es otro acercamiento al conflicto camboyano a partir de una entrevista, nada menos, en este caso, que con el mismísimo Pol Pot, como fue el caso en su día de la entrevista con Duch. Solo que el dirigente de los Jemeres Rojos falleció en 1998 y ese material solo podría ser de archivo. Lo cierto es que Rendez-vous avec Pol Pot es una ficción en toda regla, lo que no es excepcional en el caso de Panh, pero sí muy raro en una filmografía centrada en el documental. Su tema, por supuesto, es una entrevista con Pol Pot que, a finales de 1978, le hacen tres periodistas occidentales, invitados por el régimen a conocer el país y sus ‘avances’; nada nuevo sobre el papel, la reconstrucción de una entrevista histórica, de hecho el guion parte del libro de la periodista americana que realizó la entrevista, Elizabeth Becker (en la película encarnada por Irène Jacob). El encuentro con Pol Pot tardará en llegar, pues a los periodistas se los pasea por una serie de lugares perfectamente orquestados (y el principal conflicto dramático se centra en la desaparición del fotoperiodista que se arriesga a traspasar los límites impuestos por los oficiales del régimen) y también porque Panh vuelve otra vez al lugar del crimen, a esas imágenes que pueblan su filmografía camboyana, las pocas imágenes documentales que se conservan y que ahora se utilizan como un fondo histórico, a veces integradas con los propios actores para simular un escenario o un contracampo. No solo eso, Panh reutiliza de nuevo las figuras de arcilla que popularizó en La imagen perdida (2013), ahora con el fin de ilustrar episodios históricos y esas imágenes que no existen, como la de las tumbas con centenares de cadáveres. Y quizás esta es la verdadera traición al propio planteamiento de la película: su tema debería haber sido lo que los periodistas no vieron o no les dejaron ver, el control del discurso que el régimen ejerció sobre ellos; o simplemente la reconstrucción de la entrevista y sus circunstancias. Solo que Panh está atado a una serie de imágenes (o sus sustitutas, las figuras de arcilla) y su película vuelve al útero materno y acaba convertida en una mera repetición, cansina e innecesaria.
Jaime Pena