Carlos Losilla.

ReMine puede parecer un documental demasiado atado a las convenciones del género, quizá más cercano a eso que se llama ‘reportaje’. Pero hay que fijarse, por ejemplo, en el título, en ese prefijo que quiere reactivar, volver a poner en marcha algo. Y también en el subtítulo, que a su vez pretende celebrar una ocasión memorable, convertirla en un monumento fílmico, lo cual relaciona esta película con Equí y n’otru tiempu (2014), de Ramón Lluís Bande (ver crítica en pág. 46). Así pues, este relato apasionado de la marcha hacia Madrid de los mineros de Mieres en 2012, contra la política de recortes del gobierno de Mariano Rajoy, es a la vez la narración de lo que ocurrió y la reflexión sobre lo que significa, tanto para la revolución como para el cine.

Hay un emotivo sentido épico del relato en la película, algo que la acerca, por tema y por tono, a ciertos trabajos del John Ford de los cuarenta. Una especie de segunda parte de un díptico con ¡Qué verde era mi valle! (1941). Su crescendo es imparable, hasta llegar a esa manifestación en Madrid que es un triunfo pero también el final de algo. En efecto, ReMine filma a los últimos obreros con conciencia política y se filma a sí misma como una de las últimas películas de ese tipo. Las cosas ya no pueden ser iguales, sin embargo, y hay una tristeza elegíaca que la convierte en algo así como una victoria pírrica: como en los westerns de Peckinpah, los héroes llegan a su destino, pero saben que ya no pueden dar un paso más.