El impacto que la enfermedad provoca en quienes conviven con ella es una de esas grandes temáticas que este año está teniendo un espacio privilegiado dentro de la sección New Directors. Así, Por donde pasa el silencio retrata el dolor y, sobre todo, la soledad que padecen aquellos que no encuentran comprensión y cariño en quienes tienen al lado. En medio de esa fina línea que separa la realidad de la ficción se sitúa este primer largometraje de Sandra Romero, y que tiene su antecedente en el cortometraje homónimo que dirigió en 2019. El film se apoya en dos cuestiones fundamentales: el lugar en el que sitúa la cámara y todo un discurso simbólico que se apoya en la figura de los perros (otra presencia constante en la sección). El rostro de Antonio, el protagonista de esta historia, y de su hermano mellizo Javier (aunque en menor medida) son los puntos de fuga de la imagen, un lugar que la cámara prima por encima de todo lo demás, siempre muy cerca, cerrando el plano al máximo, casi como si intentase proteger o acariciar a estos hermanos. Además de esa fisicidad a la hora de mostrar los cuerpos, esa dimensión física del dolor que Romero eleva a un primer término, hay una dimensión metafórica construida a partir de los perros de Javier, el hermano que padece la enfermedad. La forma en que se identifica con los animales y cómo los trata el resto de la familia es una alegoría que remarca los vínculos entre ellos: la paternidad malentendida, la hermandad desestructurada o el apego truncado que sufre Javier. Pero no hace falta sumergirse mucho en la metáfora para encontrar la verdad que abraza el film. Los desajustes generacionales y las heridas que producen las relaciones paternofiliales están ahí en un primer plano, en el centro de un relato doloroso que deja algún resquicio a la esperanza.
Cristina Aparicio
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