No es extraño que Pepe empiece con un televisor que emite Pepe Pótamo, aquella serie de animación televisiva que los estudios Hannah Barbera popularizaron en los años 60. No es extraño, quiero decir, que empiece con eso y con un hipopótamo que parece hablar desde la imagen real, pues esta nueva película de Nelson Carlo de los Santos Arias procede desde una negación radical de toda opción realista, de toda imagen mimética. Hay un hipopótamo ficticio cuya voz en off, en efecto, conduce la ‘trama’ por lo menos en tres idiomas, para contar su vida desde que llegó de Sudáfrica a las cálidas aguas del Caribe hasta que un comando policial liderado por un experto francotirador termina con su vida. Pero también hay otras transgresiones de la imagen narrativa convencional, concebidas no para aniquilarla, sino para desparramarla en incontables nuevas opciones que siguen construyendo relatos, todos ellos según códigos distintos: desde la apropiación documental hasta una ficción desbordada y desbordante, no tanto argumentalmente como en lo que se refiere al tono, el registro, el estilo, entre lo naif y lo grotesco, siempre desde una perspectiva barroca que procede explícitamente de cierta tradición latinoamericana, desde Severo Sarduy hasta Lezama Lima. El exceso como forma de vida y modalidad del arte.

Pues de eso habla Pepe: de un continente superado por sus propios miedos, esquilmado por el colonialismo, agotado por una tradición machista que surge de sus mismísimas raíces. En este sentido, lo mejor del film de De los Santos Arias es la recreación de la existencia cotidiana de los nativos que se enfrentan al hipopótamo como si fuera Moby Dick, una metáfora del deseo insatisfecho que aquí no alcanza matices metafísicos, sino más bien irónicos e incluso sarcásticos. En estas viñetas memorables, no es solo que la imagen, saturada e irreal, parezca provenir de una tradición popular que se deforma y retuerce, a veces casi a lo Buñuel, sino que el registro oral de los personajes, los diálogos y monólogos, recurren a un humor autoparódico que lo disuelve todo en puro ácido. Pepe se convierte entonces en una película sobre el lenguaje, y en especial sobre el lenguaje en una tierra cruzada por decenas de ellos como es Latinoamérica. ¿Cómo hacer cine ahí? ¿Desde qué ‘lenguaje’? Esta es la pregunta que subyace en Pepe, y por eso es una lástima que, en determinadas ocasiones, el film prefiera recrearse en sus propios hallazgos, mostrar una autoconciencia quizá excesiva, y sobre todo prestar más atención a un tono que parece estar por encima de todo que a la propia materia con la que trabaja. En esos momentos, por desgracia, Pepe se convierte en una película tan satisfecha de sí misma que casi no deja espacio para que también nosotros despleguemos en ella nuestros propios lenguajes.

Carlos Losilla