Enric Albero
El abanico de registros interpretativos de Eddie Marsan se antoja ilimitado. A la peculiaridad de sus rasgos faciales –ese rostro achatado, de pómulos inusitadamente hinchados- suma la infrecuente cualidad de brillar no solo en filmes de probado interés (de Vera Drake a Tyrannosaur pasando por la magnífica miniserie Southcliffe) sino también en producciones decididamente menores en las que su trabajo contribuye a elevar el nivel del conjunto –léase su hasta ahora mal ponderada intervención en la serie Ray Donovan o su papel en La desaparición de Alice Creed– fenómeno que se repite en el segundo largometraje de Uberto Pasolini.
John May (Marsan) es un empleado municipal que se encarga de buscar a familiares cercanos de personas fallecidas en la soledad más absoluta. En el caso de no hallar a ningún pariente, se encarga de los preparativos del entierro. Solitario, apocado e industrioso, John desempeña su cargo con eficiencia pero disipadamente. Su afán por otorgar dignidad a los desvalidos provoca que la cada vez más descapitalizada administración prescinda de sus servicios y le dé un plazo de tres días para finalizar su último trabajo: dar tierra a William Stoke. Desnortado, May sigue los pasos de su último interfecto –borracho, pendenciero y violento– para procurarle un entierro en compañía, periplo que le llevara a franquear las barreras de su propio aislamiento.
La sutil composición de Marsan y los límpidos y plomizos encuadres fotografiados por Stefano Falivene no logran eliminar la sensación de drama prefabricado que emana de un film que en su empeño por dar una lección de vida se convierte en un recital de obviedades, rematado con un final cuya forzada coincidencia destruye la lógica interna de la narración para alcanzar la moraleja deseada.
El utilitarismo de los apenas desarrollados roles secundarios, la tibia y edulcorada reflexión sobre la soledad y el abandono y la total ausencia de análisis sobre las causas que generan cierto tipo de desamparo social hacen de Nunca es demasiado tarde un film desalentadoramente banal.
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Producción de podcast: Iván Patxi Gómez Gallego
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