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Carlos F. Heredero.

Imaginemos un museo que exhibiera, solamente, una copia del Guernica coloreada, pero atribuida a Picasso, o La rotonda di Palmieri (G. Fattori, 1866) en formato cuadrado. Imaginemos una proyección de Mr. Turner (Mike Leigh) en blanco y negro o una de 2001 (Kubrick) en formato 1:1,37, el mismo de Jauja (Lisandro Alonso). ¿Delirio, dadaísmo, atentado cultural, estupidez, irresponsabilidad o mera ciencia ficción distópica…?

En el cine las cosas son un poco más complejas, claro está. Ya sabemos que hace años se puso de moda colorear películas clásicas filmadas en blanco y negro, pero entonces a nadie se le ocurrió atribuir ese sucedáneo a la autoría de sus directores. También sabemos que, al amparo de la tecnología digital, algunos cineastas manipularon mucho después sus propias películas para borrar algunas cosas, añadir otras o retocar colores (desde Steven Spielberg a Wong Kar-wai), pero el producto resultante, con ser distinto del original, seguía siendo una obra firmada y reconocida por sus creadores respectivos.

Más recientemente, no solo grandes blockbusters como Avatar (Cameron) o Gravity (Cuarón), sino también pequeñas películas como Pina (Wenders) o La cueva de los sueños olvidados (Herzog), llegaron a numerosas pantallas en 2D (ofreciendo así una experiencia espectatorial distorsionada, por completo ajena a su concepción original), pero lo hacían al mismo tiempo que otras pantallas, en las mismas ciudades, mostraban sus copias originales en 3D, es decir, tal y como habían sido imaginadas por sus autores.  Esas experiencias demostraron que se podía hacer un cine de autor en 3D y que se podían encontrar canales de exhibición para él, incluso con rendimientos aceptables. Ahora, sin embargo, se anuncia el estreno en España de Adiós al lenguaje, de Godard, pero exclusivamente en tres copias de 2D, con lo que –al menos de momento– será imposible ver en nuestro país esta fundamental película del más experimentador y realmente imprescindible cineasta de nuestro tiempo tal y como fue concebida, filmada y pensada por su autor, lo que reviste una especial gravedad dado que se trata de un film en el que las búsquedas expresivas en 3D juegan un rol central y conceptual, absolutamente consustancial al proyecto en sí.

Para no fustigarnos más de lo necesario, debe decirse que estas dificultades para estrenar Adiós al lenguaje en 3D no son exclusivas de España. Tampoco en la mayoría de las ciudades de Estados Unidos (y de muchos otros países) se encuentran salas equipadas y dispuestas a exhibir este film, si bien en Nueva York la proyección en 3D de la película en dos cines (IFC Center y Film Society of Lincoln Center, con 27.000 dólares de taquilla en su primer fin de semana: una media por pantalla superior a la que dieron en esos mismos días varios estrenos de las majors), así como su anunciado próximo estreno en Los Ángeles (en la American Cinematheque) dan testimonio de que esa supuesta imposibilidad no obedece solo a una lógica de mercado, porque poderse, si se quiere, se puede…

Se trata quizás de buscar pantallas alternativas, espacios adecuados, sesiones especiales, fórmulas imaginativas. Cualquier opción menos la de resignarse, vaya. Cualquier solución menos renunciar a ver como es debido esta película que David Bordwell considera “el mejor film en 3D que he visto nunca”. No podemos rendirnos.