En una escena que muestra la cotidianidad de los trabajadores de Sierra Gorda, en el interior de Querétaro, una explosión controlada destruye el paisaje para que los mineros continúen su labor. Ellos observan impasibles a que la polvareda lo inunde todo y la nube los haga desaparecer por un instante. Sin ningún gesto grandilocuente, Tatiana Huezo resume con este momento el sentir de un pueblo hostigado por el cártel que opera en la región, una comunidad sitiada que siente que el mundo se derrumba a su alrededor y que ha perdido la capacidad siquiera de que sus rostros reaccionen a la barbarie. La realizadora ha encontrado una forma honda y directa de hablar de su país, desde una emoción profunda que nace de una puesta en escena que combina la naturalidad con una elegancia en el encuadre poco habitual para alguien que rueda cámara al hombro. El relato es articulado a través de una de las niñas del pueblo, y todo parece filmado con la mirada de quien no entiende lo que ocurre. Huezo busca en todo momento que quien contempla la película se sitúe también en ese mismo lugar de la infancia, en ese instante de la vida en el que todo es nuevo y las cosas solo se entienden a medias.
Pero, al contrario que otras películas de corte social del presente a las que les basta la premisa de la denuncia parar justificarse a sí mismas, Noche de fuego plantea una segunda mitad en la que la niña ya es una adolescente y entonces los problemas de lo cotidiano ya son otros. La mirada sigue siendo la de la recién llegada al mundo que no entiende lo que pasa a su alrededor y su rostro empieza a acostumbrarse a no reaccionar ante las injusticias, como les ocurría a los mineros. En todo este proceso las dificultades de los maestros que intentan impartir clases en el pueblo se convierten en situaciones frecuentes , lo que pone el punto de mira en el origen del mal, en dónde se ha de situar el primer paso para dejar atrás la barbarie. La valentía de Huezo, alejada de todo dogmatismo (y ya es difícil cuando se trata de poner en escena el mundo educativo), huyendo de todo efectismo (y ya es difícil cuando la autora desborda esta sensibilidad por el universo infantil), no se limita únicamente a denunciar las injusticias de su entorno: por fin el cine demuestra que también es capaz de señalar cuál puede ser el primer paso para cambiar las cosas.