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El cine como acto de fe

La participación de Gael García Bernal en el ciclo retrospectivo que le dedica Casa de México en España nos permite conversar con el actor sobre su labor interpretativa y actoral, sobre los códigos del cine frente al teatro y algunos de los momentos clave de su carrera.

Coincidiendo con el estreno de Cassandro (2023), declaró que interpreta a otros personajes para poder liberarse, saber quién es y quién quiere ser: lo definía como un juego-existencia. ¿Qué es para usted actuar? ¿Ser otro? ¿Parecer otro? Creo que tiene que ver con mi viaje personal. Crecí en una familia de actores de teatro y de alguna manera nací ya dentro de este ejercicio de juego donde veía a mis padres todas las noches pasarla bien, concentrarse y comprometerse. Ya desde niño entendí que una parte del oficio es la familia, la confianza, el juego: la cancha donde se juega el deporte. Cuando veo una buena obra de teatro siempre me dan ganas de ser parte de ella, de estar ahí, de querer ser parte del juego. Eso es algo que no me pasa con el cine, porque el cine tiene otro acercamiento, y la propiedad que tiene el actor es otra.

Quizá porque el cine tiene unos modos de producción que, para el actor, son muy alejados de los del teatro: los rodajes están llenos de pausas y esperas, la película no se rueda en orden cronológico… ¿Cómo se afronta ese salir y entrar de la ficción? Parece raro pero de alguna manera no lo es. La inocencia de la actuación se rompe muy rápido en el cine porque te das cuenta de que lo que haces no te pertenece. Mientras lo estás haciendo hay una sensación de pertenencia, pero cuando terminas y lo ves, eres tú el que perteneces a la película: eres un Frankenstein que se ha construido, una yuxtaposición de imágenes que se va montando. Y yo estoy cómodo perdiéndome en ese accidente, con esa alquimia que se puede lograr. Nunca he pensado que el cine fuese un lugar donde los actores controlamos lo que está pasando. Porque siempre hay un punto de vista, una lente que distorsiona, que lo cambia todo. Otra cosa que también me prenda del cine es el acto de fe, el ritual. El teatro es un ritual tácito, pero el cine conlleva mucho rigor, muchísima apuesta por lo desconocido, intentando ver si se da la alquimia.

Lo que yo intento es llegar al rodaje con mucha propiedad del personaje. El aprendizaje que tuve al trabajar con Alfonso Cuarón en Y tu mamá también (2001) fue fantástico, porque nos involucraba mucho en los rodajes, trabajando esa propiedad de los personajes para determinar cómo filmar la película. Eso es algo bellísimo que pocos directores hacen, y era parte de la forma natural que hacía falta para esa película. Él llegaba y nos preguntaba: “¿Qué diría tu personaje? ¿Qué vería, qué estaría haciendo?”, y a partir de ahí se le ocurrían ideas. Era parte del juego que planteaba y del que nos hacía formar parte, algo que le emocionaba mucho. En realidad, fue él quien, de alguna manera, hizo que Diego [Luna] y yo nos enamorásemos del cine.

O sea, que para usted primero vino la interpretación y el cine llegó después… Para mí, actuación y cine son dos cosas distintas: la primera es uno de los componentes importantes del segundo, pero no van de la mano. La actuación es algo milenario y antropológicamente natural, es como crecemos, como aprendemos: por eso el teatro es importante para los niños. Va más allá de generar empatía, de ponerse en los zapatos del otro. Permite entender realidades propias a través de fingir ser quien no eres. Y eso es también lo que nos fascina del cine. Por eso no creo que los actores vayamos a ser reemplazados por la inteligencia artificial: porque, cuando vemos una interpretación, lo que nos enamora es la verdad detrás del personaje, de la máscara.

¿Qué importancia tiene para usted el trabajo corporal a la hora de construir sus personajes? Ante un papel, siempre trato de encontrar la parte física del personaje. Es la manera de entrar en él, de conectar. Cuando lees un texto arquetípico, ya sabes de qué va, no hay más psicoanálisis. Se trata, más bien, de confiar en la complejidad de la vida e intentar hacer que aflore, y eso solo se consigue a base de ejercicio y de repetición. La voz también forma parte de esa cuestión física, y me gusta trabajar con ello. Me gusta mucho trabajar lo corporal desde los acentos: interpretar acentos es una trampa fantástica para hacer otro personaje, porque te permite crear una máscara. Y detrás de una máscara uno se siente a salvo, seguro. Y se atreve a hacer más cosas. Por ejemplo, yo solamente puedo cantar si estoy haciendo un personaje.

¿Cómo influye en su trabajo como actor la consciencia de la puesta en escena y el estilo visual del film? La planificación de encuadres, la duración de los planos… Hay veces en que sí influye, otras no… Hay actores a los que no hay que decirles nada y otros a los que hay que decirles todo. Y depende del director. Con Pablo Larraín, por ejemplo, hay un diálogo distinto, quizá también porque desde que nos conocimos establecimos una relación muy armónica, de mucha comunicación, risa y travesura juntos. Fue la primera vez que sentí que se rompía ese estatus algo paternal que suele darse con los directores y directoras. Él no es de ensayar, no le encuentra sentido a desmenuzar esto con los actores. Y es bonito ver la evolución desde No (2012), donde ensayábamos; cuando hicimos Neruda (2016) ya ni ensayamos, y en Ema (2019) directamente no teníamos ni guion. Es hermoso trabajar así, y espero hacer como mínimo tres películas más con él.

El hecho de ponerse tras las cámaras, ¿ha cambiado algo en su forma de abordar la interpretación? Sí, bueno… A raíz de dirigir, se exacerbó el impulso que tengo que respetar y querer muchísimo a las personas con las que estoy trabajando. Ahora, mi primer acercamiento con los directores es tratar de pasar tiempo con ellos y volverme muy amigo suyo. Porque si no, se vuelve un trabajo, y si se trata de trabajo pues hay otros mejores. Y creo que eso es algo que viene de haber dirigido. Hay que respetar esa experiencia, ese ritual mágico que tiene que suceder. Si no, me desencanto rápidamente, y siento un cierto frío.

Y al contrario, su experiencia como actor, ¿cómo ha moldeado, si es que es el caso, su forma de dirigir? Al actuar, he aprendido de muchos directores que me han dado muchas herramientas. Cuando eres actor, el acercamiento a la hora de dirigir es muy alegre, muy genuino. Es fantástico, porque sabes lo que es estar dentro del agua; entonces en el set sabes ubicar lo importante, sabes quién necesita saber qué para poder hacer su trabajo. Al dirigir, entras con todo, y a mí me gusta enlodarme, atraer a todos al lodo.

Cristina Aparicio

Entrevista realizada en Casa de México en España, Madrid, el 26 de abril de 2024.