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Espacio para nacer

Que una figura como Naomi Kawase esté presente en un festival como MiradasDoc es toda una declaración de intenciones. En primer lugar, por el gesto de reivindicar a una cineasta esencial de los inicios del siglo XXI, una de esas nuevas miradas que daba forma a las inquietudes de un cine en crisis en los albores del nuevo milenio, con permiso de Apichatpong Weerasethakul y con la mirada puesta en aquellos que abrieron camino previamente, léase Hou Hsiao-Hsien, Jia Zhangke y tantos otros entre los que es hora de reivindicar el nombre propio de la autora de El bosque del luto (Mogari no mori, 2007).

Y en segundo lugar, porque tiene todo el sentido que un certamen con la vocación de servir como punto de encuentro para dar a luz nuevas producciones documentales acoja a una cineasta como Kawase, que concibió sus primeras películas cámara en mano y filmadas por ella misma. De algún modo, la invitación de MiradasDoc es un premio a la voluntad misma de hacer cine, al deseo de encontrar la fórmula para hacerlo y de atrapar con la cámara lo que ocurre para darlo a conocer.

La humilde retrospectiva sobre la cineasta que planteaba el festival comprendía tres de sus piezas previas a esa etapa en la que se encuentra inmersa, y donde ha sustituido su necesidad de hacer las paces con sus orígenes por un cine con la voluntad de encontrar ficciones de carácter universal.

El documental Somaudo Monogatari (1997), el conmovedor mediometraje Tarachime (2006) y su primera ficción, Moe no Suzaku (1997), eran las piezas que conformaban el encuentro con el cine de Kawase junto con su reciente reportaje sobre los Juegos Olímpicos de Tokio, el controvertido Official Film of the Olympic Games Tokyo 2020 Side B (2022) que Kawase ha estrenado sin temor a las consecuencias. Tanto en Tarachime, donde la cineasta muestra su propia maternidad, como en la ficción de Moe no Suzaku, hay una pasión incendiaria que inunda las imágenes y que sirven como muestra de una de las filmografías más estimulantes de las últimas décadas.

Pero ahora es otra época y Kawase no sufre de ese deseo incandescente por exorcizar sus tormentos a través de la cámara. En su lugar, la visita dio lugar al encuentro con una mujer relajada y risueña, que acudía móvil en mano a registrar las reacciones de los espectadores en la sala. En la entrevista con Javier Tolentino previa a la proyección de su película, pregunta por qué le sirven agua en lugar de vino si nos encontramos en España. El resto de sus respuestas siguen la misma tónica, el drama solo se encuentra ya en sus primeras películas y ella parece haber hecho las paces con el mundo.

El interesante encuentro de ‘Miradas Afro’, la presencia del último film del legendario Sergei Loznitsa (The Kiev Trial), la apasionada opera prima del colombiano Theo Montoya o el fantástico largometraje de Camille Ponsin La Combattante (que el festival estrenaba bajo el título de Marie-José vous attend à 16h) eran otras de las sugerentes citas del certamen, pero el auténtico centro neurálgico lo operaba el mercado de nuevos proyectos, que ocupó la última mitad del festival y en donde se fraguan propuestas de futuro gracias al encuentro entre cineastas, productores, televisiones y distribuidoras que buscan la forma de que salga adelante un cine que aún está por hacer. En esa voluntad de propiciar un espacio en el que las nuevas miradas puedan nacer se encuentra el mismo deseo por cambiar las cosas de Moe no Suzaku, la misma pasión interior de Tarachime, la misma humilde persistencia por registrar el mundo de La Combattante. El cine sigue con vida.

Jonay Armas