Por la noche, una banda de jóvenes evangélicas y ultraconservadoras, cubiertas con máscaras blancas, sale a castigar a las ‘pecadoras promiscuas’ que descubren a través de sus redes sociales. Anita Rocha da Silveira recupera el universo creativo iniciado con Mata-me por favor (2017) para volver a retratar a la juventud brasileña de un modo que combina las luces de neón saturadas de un universo pop dominado por los teléfonos móviles y las influencers, a un territorio visual mucho más oscuro y extraño que juega con la idea de las pesadillas o los sueños alucinados y que se alimenta del cine de terror para subvertir algunos de sus códigos.
Silveira parte de la realidad, de noticias que ha ido recogiendo a lo largo de estos últimos años, para denunciar la violencia real entre mujeres como forma de control, autocensura y represión. A partir del mito de Medusa, castigada por Atenas después de mantener relaciones con Poseidon, y a la que convirtió el pelo en serpientes, toda la iconografía simbólica del film gira en torno al rostro y el pelo. La cara (y sus cuidados) es sinécdoque de la belleza femenina estandarizada, y las heridas, cicatrices y marcas que Mariana y Michel (las dos protagonistas) se irán haciendo en el rostro según avanza la trama, pueden ser leídas como metáforas de la transformación y la revolución personal, vital e ideológica que sufrirán ambas en la medida en la que vayan dejando aflorar sus deseos más profundos. Una sensualidad que se opone al peso de los predicadores evangélicos (también presentes en el film precedente de Silveira) que representan el lugar de encuentro para esta juventud y la raíz de los dogmas sexistas e intolerantes que defienden.
Medusa es un film eminentemente simbólico que utiliza los planos simétricos para elaborar un universo cerrado que solo se abre y escapa cuando conecta con ese otro tono insólito, que aterroriza pero al mismo tiempo atrae, y que bebe de fuentes reconocibles como Dario Argento o David Lynch y que ofrece en esta ocasión un sugerente guiño a Carrie (Brian de Palma) para terminar de sostener la poderosa relación que se establece entre sensualidad y horror.
Jara Yáñez