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Durante los primeros minutos de Mass hay una latente preocupación por el espacio, un interés que anticipa la importancia que este tendrá en el relato. Una misma localización será el lugar en el que se produzca el encuentro organizado entre dos parejas. Hay un aire teatral en el debut en la dirección del actor Fran Kranz: una puesta en escena fundamentada en el guion, una claustrofóbica atmósfera y las interpretaciones como pilar fundamental de la historia. Ya sea por su vocación interpretativa o por la creencia de que la emoción se provoca desde el corazón, Kranz sitúa en el centro del relato el tour de force que protagonizan ambas parejas, quienes van cediéndose el testigo para colocarse en primer término, turnándose dentro del espectro emocional que allí se respira para no ocupar a la vez el mismo estado de ánimo. Mass es una película que se siente crecer con cada minuto: se sumerge lentamente en una privada intimidad y transita, con respeto y delicadeza, todo el dolor que allí encuentra. El cineasta no acelera a la hora de desvelar el origen del conflicto: introduce al espectador en la conversación haciéndole consciente de que le falta contexto y obligándole a componer el puzzle con las piezas que van lanzándose al vuelo. Y mientras va descubriéndose el conflicto capital del relato, otros temas irán apareciendo, construyendo un discurso político y social que describe algunas de las preocupaciones más relevantes de la sociedad norteamericana. Aunque en cierta forma Mass se reviste de todo aquello propio de las artes escénicas, nunca llega a renunciar del todo a los códigos del lenguaje cinematográfico, como demuestra el cambio de formato de la imagen en consonancia con el estado emocional de sus personajes, o el modo de representar la catarsis con un corte a negro. El dispositivo fílmico como terapia.