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Carlos F. Heredero.

Carlos Losilla los llama “huérfanos de la tormenta”. Jordi Costa los considera “niños póstumos”. Y sin duda hay algo en Wes Anderson, Tim Burton y Spike Jonze, o al menos en sus más recientes películas, que sugiere una cierta sensación de melancolía, de pérdida, de orfandad o de repliegue hacia los espacios más íntimos y privativos de la infancia y de la irrealidad, hacia el territorio de las fantasías que se despliegan al margen de “las inclemencias de la imagen real” (Jaime Pena dixit) y que se refugia en los universos de la animación y de la imagen digital, felizmente liberados de toda servidumbre realista. La coincidencia de películas como Fantástico Sr. Fox, Alicia en el País de las Maravillas y Donde viven los monstruos en explorar esos espacios puede no ser otra cosa que un mero y fortuito azar, claro está, pero lo cierto es que propicia algunas sugerentes lecturas sobre ciertas corrientes que palpitan en el subsuelo del cine americano contemporáneo.

Porque no es sólo el rechazo de la imagen real, sino también la búsqueda de unos paraísos perdidos que no están en la infancia propiamente dicha (quizás porque, como dice Jordi Costa, esos paraísos acaso nunca existieron), sino en los cuentos de Maurice Sendak, Roald Dahl y Lewis Carroll, que en realidad nunca fueron exactamente infantiles y que guardan en su interior notorias y fascinantes complejidades adultas a modo de herramientas –harto sofisticadas– para tratar de entender un mundo en el que no encontraban acomodo y frente al que dichos autores oponen una lógica diferente. De manera que la tentación está servida y aparece en forma de irresistible interrogante: ¿acaso están desafiando también Jonze, Anderson y Burton al cine americano actual, en el que no acaban de encontrar su sitio, mediante el procedimiento de proponer universos alternativos en los que rigen unas normas distintas, no sometidas a la lógica implacable de la imagen real o, si se quiere, del consenso estético y narrativo dictado por la producción mainstream?

Naturalmente, una hipótesis tan sugerente encuentra también respuestas tan dispares como en realidad son cada uno de estos autores, porque desde luego no es lo mismo la llamada a mantener el combate que enarbola el entrañable, pero bastante salvaje, Sr. Fox de Anderson que la dócil conciliación con la lógica del mundo real ejemplificada por la Alicia de Tim Burton. Anverso y reverso de una actitud que muy probablemente no sea solamente ética o ideológica, sino también formal y estética, como siempre ocurre. Y ahí está la humilde stop-motion de Anderson, tan desnuda y tan explícita en su modestia que le deja las manos libres para proponer un discurso muy personal, frente al aparatoso maelström digital dirigido por Burton, que le ata a determinadas servidumbres lógico-narrativas cuyo origen resulta muy difícil dejar de situar en la concepción Disney de un blockbuster en 3-D.

Mientras tanto, al otro lado del espejo, creadores como Jem Cohen, Thom Andersen, Apichatpong Weerasethakul, Jean-Marie Straub y Danièle Huillet asaltan también nuestras páginas este mes para recordarnos que la creación es casi siempre solitaria y dolorosa.