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Enero es por tradición nuestro mes de los recuentos y balances. Publicamos como cada año los listados de las mejores películas y series estrenadas en 2023 (considerando las que pasan por salas comerciales y alternativas, pero también por plataformas) y los acompañamos de varios textos analíticos a través de los cuales buscamos, como siempre, trazar líneas de relación, elaborar tendencias, cartografiar temas o subrayar orientaciones estilísticas. Pero el resultado general de los listados, más variado y heterogéneo que nunca, lanza una primera consideración: en un año en el que la media de estrenos (¡solo en cines!) ha ascendido a quince títulos semanales (un número mayor incluso que en Francia) y el total de películas que se han podido ver en las salas supera las mil (contabilizando aquí también las proyecciones tipo ‘evento’ que incluyen pases especiales de conciertos, obras teatrales o documentales de arte, entre otros), la tendencia a la atomización que se venía observando desde hace tiempo queda rotundamente confirmada. Una circunstancia que hace inviable, ya de manera definitiva, la aspiración, como espectadores y como críticos, de cualquier ‘visión de conjunto’ posible. Nos tomamos por eso este empeño, finalmente inaccesible, por ordenar lo ilimitado, como un juego (eso sí) productivo y sugerente. Y aprovechamos además para recuperar, ante el desconcierto que esta incertidumbre produce, la apología constructiva que Victoria Camps hace de la posibilidad de pensar desde lo indeterminado, de lo que no tiene contornos precisos, y de introducir la duda como algo que “implica distanciarse de lo dado y poner en cuestión los tópicos y prejuicios, cuestionarse lo que se ofrece como incuestionable, no para rechazarlo sin más, sino para examinarlo, analizarlo, razonarlo y decidir qué hacer con ello”. Dado que enero suele ser también el mes de los nuevos propósitos, quizá podamos tomar esta observación como un inicio posible.

Sin embargo, lo más especial y singular de los repasos que dedicamos al cine de 2023 es precisamente la posibilidad de establecer un canal de diálogo abierto con las personas que leen nuestra revista y que, con sus votos, dan lugar a su particular listado de ‘las mejores del año’. Figura allí, en el primer puesto, Cerrar los ojos. Y efectivamente la película de Víctor Erice, que también ha sido importante para Caimán CdC, sigue generando nuevas lecturas y renovadas líneas de análisis. Por eso, y como forma de agradecimiento especial a quienes nos han leído durante este año, hemos querido sumar a los contenidos publicados en el papel dos textos más, exclusivos para la web, y firmados por Linda C. Ehrlich y Jaime Pena, que nos permiten seguir profundizando en una película que parece, también ella, felizmente inagotable e ilimitada.

Pero echar la vista atrás es siempre una buena oportunidad para la autocrítica. Y entre los asuntos que seguimos considerando pendientes se encuentra el tratamiento crítico que hasta ahora hemos dedicado a las series. Hace dos años que sus críticas, como también las de los cortometrajes, se equipararon a las de los largos incluyéndolas en la misma sección y sin separación ni jerarquía de ningún tipo. Y sin embargo, pocas veces en ese mismo tiempo (destacarían el especial dedicado a las series y la ficción juvenil queer a partir de Euphoria, o los textos sobre Fassbinder y la televisión con ocasión del estreno en Filmin de dos de sus seriales) nos hemos detenido en la elaboración de artículos de fondo que sirvieran para trazar coordenadas, tendencias o inclinaciones. Una carencia que es posible considerar hoy como un sugerente reto de futuro.

Mientras, completamos el número, en ese equilibrio tan propio de nuestra línea editorial, dedicando atención a dos grandes estrenos del mes: Los que se quedan (Alexander Payne) y La zona de interés (Jonathan Glazer), pero también a la obra de dos cineastas más invisibles y peor atendidos: el japonés Masahiro Shinoda y el francés Érik Bullot. Y cerramos este texto celebrando a Otar Ioseliani, ahora que toca despedirlo, y reivindicándolo, en las emocionantes palabras de Javier Rebollo, como el hombre que: “supo poner constantemente arte en la vida y vida en el arte y nunca hizo concesiones políticas ni artísticas”.

Jara Yáñez