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En su exploración casi siempre atrevida y heterodoxa sobre las diferentes dimensiones del sexo, Catherine Breillat se adentra aquí en otro territorio casi explosivo hoy en día: las relaciones sexuales entre una mujer madura y un adolescente de diecisiete años, hijo de su marido en su relación anterior. Dos campos igualmente minados (la diferencia de edad y el parentesco) que convierten la relación entre Anne y Théo en una transgresión doblemente incompatible con el modelo social de la clase a la que pertenecen los protagonistas: la burguesía bien acomodada de un matrimonio en el que ella es una próspera abogada especializada –para mayor contraste– en casos de abusos a menores, y el marido, un hombre de negocios. Pero lo que más le interesa a la guionista y directora es adentrarse en las razones por las que una mujer como Anne puede llegar a poner en riesgo todo lo que tiene, y lo que más teme perder (su estatus social, su matrimonio, sus hijas adoptadas, su profesión), por una dependencia sexual y por una relación que sus propios códigos deontológicos y profesionales condenan.

La película se entretiene en dibujar las coordenadas vitales, familiares y sociales de su protagonista. Breillat acumula todos los indicadores que deberían encender una luz roja a su personaje con el fin –muy evidente, y en algunos casos, demasiado explícito– de multiplicar la dimensión transgresora de su comportamiento, pero la directora naufraga a la hora de representar la fuerza del deseo que impulsa la ruptura del tabú. Y esta es la carencia, la herida mortal en realidad, por la que L’Été dernier no consigue generar ese deseo de transgresión que, finalmente (¡una vez más!) se queda circunscrito al territorio estrictamente argumental y guionístico. Los encuentros sexuales entre Anne y Théo (en nada diferentes a uno que anteriormente ha tenido la primera con su marido) carecen de la fuerza interior y dramática, de la tensión y de la dimensión propia de lo incontrolable que podrían explicar el deseo de la protagonista. El film se empeña en decirnos que lo que hace su heroína es transgresor, pero nunca llegamos a sentir la fuerza que la impulsa a perseverar en su relación con el hijo adolescente de su marido. Que las imágenes filmadas por Breillat sean además bastante asépticas y no poco académicas en la mayoría de los casos, tampoco ayuda a conferir profundidad a lo que podría haber sido una apasionante y verdaderamente transgresora radiografía de una pasión devastadora. Carlos F. Heredero


Hace cuatro años se estrenó en las pantallas la película noruega Reina de corazones, de May el-Toukhy, y se publicitó como una historia tórrida sobre los amores de un joven adolescente de dieciséis años y la esposa de su padre. Catherine Breillat es una cineasta que no rehúye el escándalo y una visión muy particular de las relaciones sexuales que la ha llevado a establecer obras tan polémicas y alejadas de toda corrección como À ma sœur! , Romance X o Anatomie de l’enfer. Es curioso que Breillat –con la colaboración de Pascal Bonitzer en el guion– haya decidido reescribir Reina de corazones, transformando su entorno familiar. Anne (Léa Drucker) es una abogada especialista en analizar casos de maltratos y marginación de menores. Vive plácidamente en un entorno acomodado con su marido. Nunca tuvieron hijos y adoptaron a dos niñas gemelas. Un día irrumpe en su entorno Théo, un chico que acaba viviendo una relación sexual intensa con su madrastra. Breillat no se queda únicamente en el juego de pasión y atracción sexual fuera de la norma entre la mujer madura y el joven adolescente, si no que se permite explorar una serie de cuestiones en torno a la hipocresía burguesa, la práctica institucionalizada de la mentida y el modo en que la familia intenta establecer un orden asumiendo las reglas del juego social. Hay en la imagen de Breillat dos cuestiones que otorgan una fuerza especial a la cinta. La primera tiene que ver con la fuerza que adquiere lo físico a lo largo de la película, el deseo de filmar los cuerpos y buscar su belleza junto a un entorno veraniego. El segundo gran tema es la manera de convertir a Théo en una especie de ángel diabólico que genera misterio y atracción. Su cuerpo adolescente es bello, misterioso y contiene algo extraño, una fuerza maligna que atraviesa toda la película. Breillat sigue los postulados de la película noruega para llevarla a su mundo y conseguir una obra en la que existe un fuerte deseo de atrapar la fragilidad de los cuerpos esbeltos de la juventud, exponiéndolos a los cuerpos flácidos de la vejez. Àngel Quintana