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Érase una vez en Galicia

Entre el 1 y el 9 de octubre se ha celebrado en Santiago de Compostela la 19 edición del Festival Internacional de Cine Curtocircuíto. Un año más, la ciudad gallega ha servido de punto de encuentro para las artes visuales y sonoras con una cuidada selección de obras y artistas. Más de cincuenta trabajos, de las narrativas más clásicas y menos rupturistas a lo más experimental, seña de identidad del festival que este año puso el foco en la obra de Andrew Norman Wilson, de Marta Valverde y de Letícia Ramos en secciones paralelas y sesiones especiales, que se sumaron a la sección competitiva ‘Explora’. En ella destacaron tres títulos: los ya conocidos Train Again, del maestro Peter Tscherkassky (véanse críticas en el núm. 165 de abril y aquí) y El sembrador de estrellas, de Lois Patiño (crítica en el núm. 164 de marzo), y The Demands of Ordinary Devotion, de Eva Giolo, que explora la crianza y la maternidad a través de la asociación de ideas que sugieren la sucesión de planos y secuencias sin conexión aparente.

Proveniente de Arabia Saudí, Love & Revenge, de Anhar Salem se alzó con el premio de la sección ‘Radar’. Una muestra a la vez temática y formal de un creciente interés de los nuevos creadores por reflexionar acerca de avatares, redes sociales, vidas ficticias y metaversos, que también se puede rastrear en Estudios del parpadeo (Ana Esteve Reig) y Una ventanita (Carlos Fernández López).

Otras tres tendencias permiten sendas agrupaciones: la construcción de discursos personales a través del uso de elementos autobiográficos, por un lado, presente especialmente en Día en la nieve, de Paolo Natale y cosas que no van a morir, de Manuela Gutiérrez, y la apropiación de imágenes que se resignifican a través del montaje –Naya, de Sebastian Mulder, con registros de cámaras de seguridad y Subtotals, de Mohammadreza Farzad, a partir de películas domésticas iraníes en super 8–. Y, por último, la de un cine que a través de la filmación de objetos y de espacios discurre sobre la historia o el lugar del ser humano y la naturaleza en el mundo, los descubrimientos y los avances científicos: Rotor (Ainara Elgoibar), Agrilogistics (Gerard Ortín Castellví) y Useless Opera Singers (Pablo Serra de Ena).

La sección competitiva ‘Planeta GZ’, que reúne lo más interesante de la producción gallega, mostró algunos de los títulos más sugerentes del festival: la epistolar Así vendrá la noche, de Ángel Santos, Memoria, de Nerea Barros una triste y necesaria denuncia que se alzó con el Premio del Jurado de la sección, la experimental Amarillo atlántico de Carla Andrade, la pieza de Jaione Camborda para la serie Videogramas y, por encima de todas, la visión poética y sensorial de Diana Toucedo, que en Tatuado no ollos levamos o pouso documenta el trabajo de las mariscadoras en la ensenada de San Simón.

Siempre interesante, el último trabajo de Laida Lertxundi, Inner Outer Space, traza asociaciones posibles entre cuerpos, geografías e historias. Y la lista sigue… Con Las niñas siempre dicen la verdad (Virginia García del Pino), puesta en imágenes de poemas de Rosa Berbel, el documental San Simón 62 (Irati Gorostidi Agirretxe y Mirari Echávarri López), que indaga en la vida en una comuna hippy en Navarra en los años ochenta, la denuncia del matrimonio infantil de la nepalí Lori (Abinash Shah) y el ensayo sobre la sensualidad y el placer femeninos de Fontis Nympha (Ina López). Para terminar con una obligatoria mención especial a la hipnótica y extraordinaria Femer, de Ana Pfaff y Jaume Coscollar. Una aproximación cinematográfica a la obra del artista catalán Perejaume donde el montaje, claro, pero también la iluminación de Artur Tort juegan un papel fundamental.

Elsa Tébar