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¿A qué llamamos intimidad? ¿Qué es lo que consideramos que debemos compartir y qué lo que queremos guardar para nuestro espacio personal e íntimo? ¿Podemos separar nuestra sexualidad de nuestros sentimientos y emociones y compartirlo y comercializarlo sin que nos afecte? Todas esas cuestiones y otras muchas más podemos encontrarlas en 21 la ópera prima del director Nestor Ruíz Medina, tras su cortometraje Baraka, nominado a los Goya y seleccionado en el Festival de Tribeca. Un relato narrado a partir de la observación minuciosa y dividida en veintiún planos secuencia de su pareja protagonista, Julia y Mateo. Una pareja joven que se gana la vida compartiendo sus prácticas sexuales en la red social Onlyfans. Unos vídeos sociales que la puesta en escena de Ruíz Medina replica formalmente, a partir de ese aspecto tosco y casi cámara en mano y amateur, pero aportándole unas decisiones estilísticas y técnicas que confrontan las asépticas imágenes digitales con la organicidad y texturización del celuloide elegido.

A partir de ese dispositivo artístico y un guion de escasas diez páginas -el cual ha desarrollado Nestor Ruíz Medina junto a los guionistas María Lazaro y Fernando Barona y apoyado por las habilidades interpretativas y de improvisación de su pareja protagonista- Ruíz Medina entrega un inteligente y sutil relato acerca no solo del concepto de intimidad y la explotación del cuerpo de la figura femenina en contraposición al de la masculina en pleno siglo XXI, sino también -en esa fundamental secuencia de la cena con amigos en el interior del hogar de la pareja- la hipocresía todavía latente acerca de la sexualidad y la comercialización de la misma. Pero sobre todo la cinta, al estilo del Perfect Blue de Satoshi Kon, nos habla del significado de las identidades digitales como escisiones esquizofrénicas de la persona que se encuentra detrás de lo digital, a partir de una puesta en escena donde los espejos y reflejos, las pantallas de los dispositivos y las pantallas de proyección que inundan en algunos momentos las imágenes de la cinta, sirven como metáfora hiperbólica y espejo distorsionado de aquello que sus protagonistas no son capaces de verbalizar o de las emociones de las que no pueden escapar. Para finalmente, resolver la obra con un último plano secuencia que sirve de reflejo en negativo de aquella con la que arrancaba la proyección. De la carnalidad y el deseo, al vacío existencial desprovisto de él.