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Como si de un Bruno Dumont meets Mel Brooks se tratase, L’Empire es la esperada continuación del particular mundo normando de El pequeño Quinquin (2014) y Coincoin y los extrahumanos (2018). Pero si estas eran series de cuatro y seis episodios que le permitían a Dumont desarrollar un argumento, en L’Empire, uno, los personajes del Capitán Van der Weyden y su ayudante Carpentier tienen un papel muy episódico, apenas ‘pasan por ahí’, siempre a destiempo, y, dos, en sus menos de dos horas de metraje la película solo se limita a enunciar una situación, el enfrentamiento entre los 0s y los 1s, que se han infiltrado en la Tierra y pretenden colonizarla, la sempiterna lucha entre el bien (los 1s) y el mal (los 0s). Por si había dudas, estos últimos están liderados por el mismísimo Belzebú, que interpreta Fabrice Luchini como si estuviera imitando a Chiquito de la Calzada, supongo que inconscientemente. Si lo que sucede en la Tierra aún guarda relación con el universo del pequeño Quinquin, la gran novedad de L’Empire es su salto al espacio exterior, a un universo muy cercano al de Star Wars, solo que en su versión paródica, la de La loca historia de las galaxias, de Mel Brooks, aquí también las naves son gigantescas y nunca parece que puedan acabar de salir de plano. Su particularidad es que las dos naves nodrizas tienen la forma de Notre Dame y el Palacio de Versalles, pero el gag, como muchos de los de la película, se agota ahí, Dumont no se esfuerza en sacarle mucho más partido. Así, L’Empire queda como una película de pequeños momentos, de gags más o menos afortunados y de muchos gestos sin trascendencia narrativa: el entrenamiento con espadas láser (o su primera e inesperada aparición), las apariciones de The Wain, el bebé robaplanos destinado a ser un nuevo mesías (de los 0s), los encuentros sexuales entre los miembros de los dos bandos y, por supuesto, las apariciones con cuentagotas de Van der Weyden y Carpentier, a los que al menos Dumont tiene la gentileza de reservarles el epílogo.

Jaime Pena