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La película se presenta como una complicada crónica judicial, incluso podríamos hallar en ella claras resonancias a Anatomía de una caída, si no fuera porque el juicio que se pone en escena es sorprendente. Como su título indica, la primera película de la actriz Laetitia Dosch, nos cuenta el juicio que se lleva a cabo contra un perro. Todo empieza cuando el propietario del animal se presenta ante una abogada diciendo que han denunciado al animal por haber mordido a una chica. La abogada acepta el juicio, pero reclama que no se juzgue al propietario sino al propio perro llamado Cosmos. El tono inicial de la película es el de una farsa. La fiscal que participa en el juicio es una política populista que ha empezado a realizar campañas de extrema derecha y que se beneficia de la cuestión. El animal no puede declarar y un entrenador le enseñará cómo debe comportarse en la corte. La comedia parece salirse de tono hasta que todo da un giro inesperado. Descubrimos que la víctima del animal es una chica portuguesa, que trabaja como empleada del hogar, a la que el perro le ha desfigurado el rostro. En la opinión pública estalla un debate en el que, por un lado, los animalistas acusan a la chica de ser un monstruo que quiere destruir al animal, mientras las feministas acusan al perro de ser un misógino. Todo se complica y nadie intenta analizar el caso desde una perspectiva razonable, alejada de los tópicos de nuestra época. Laetitia Dosch, que interpreta el papel de la abogada, nos muestra la incapacidad social de complejizar las cosas y cómo el ser humano intenta llevarlo todo a su terreno. La abogada denuncia que el perro se haya convertido en un animal al servicio del placer humano y busca correspondencias con otras cosas que pasan en un mundo en el que cada uno intenta construir su parcela aprovechándose del otro. La farsa no tarda en convertirse en una reflexión amarga y lúcida sobre nuestro tiempo. La sala de juicio es un microcosmo de todas las contradicciones políticas y el perro es la víctima siempre perseguida por la intolerancia y la sensatez. Una espléndida fábula política.

Àngel Quintana