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¿Puede que la animación sea una de las últimas etapas de la deriva abstracta y desencarnada que está tomando cierto cine, cada vez más conceptual y menos corporal? Es solo una hipótesis, y quizá errada, pero esta última película de Michel Ocelot abriría una pequeña senda en ese camino general al intentar una depuración extrema que, por si fuera poco, se pliega sobre sí misma en un gesto máximo de autoconciencia. Se trata de contar tres historias correspondientes a otros tantos estadios o etapas del arte del relato, del antiguo Egipto al siglo XVIII pasando por la Edad Media. Y de hacerlo, además, en un marco narrativo en el que se presenta a una narradora frente a una audiencia que la mira y nos da la espalda, como si en realidad fuera a nosotros a quien se dirige. Le Pharaon, le sauvage et la princesse narra así esos tres cuentos en el estilo habitual de Ocelot, deliberadamente esquemático y altamente estilizado, pero lo hace también con un tono narrativo igualmente reducido a sus líneas más generales, como si el cineasta quisiera presentarse a la vez como narrador y como historiador de los modos del relato.

Desde una historia de amor contada casi a la manera de los jeroglíficos egipcios a un cuento moral que bebe de la cultura de la Ilustración, pasando por la narración más tradicional y también más turbia de todas, que intenta dar vida al presunto “oscurantismo” medieval, el film de Ocelot transita un universo de líneas sinuosas y volúmenes monocromáticos que a veces inundan la pantalla como si se tratara de una sucesión de cuadros geométricos. El más logrado, como sugeríamos, es el segundo, que se desarrolla a base de masas negras que van tomando sucesivas formas, una manera de reducir al máximo la figuración expresiva. En cambio, los otros dos, uno por síntesis excesiva y el otro por desbordamiento analítico, delatan una cierta tendencia a la autoimitación por parte de Ocelot, dejan una sensación de déja vu que ni siquiera las novedades que pretenden introducir son capaces de superar. Queda, eso sí, la reivindicación de la ficción como goce y forma de conocimiento, del placer de narrar impuesto aquí de un modo explícito, por mucho que la estética no contribuya demasiado a reforzar la idea.