El segundo largometraje de Mahdi Fleifel –que entre el primero y este ha dirigido varios cortos, todos ellos multipremiados– se centra en la cuestión palestina, pero no se puede decir que sea una obra abiertamente política. Hay múltiples alusiones a la situación provocada por Israel, aunque el nombre de este país no sale a relucir ni una sola vez. Y, en lugar de centrarse en el melodrama y la tragedia, en la miseria en la que viven los inmigrados de Gaza, se inclina por un thriller que describe con ritmo y brío los afanes de dos muchachos, primos hermanos y amigos, por escapar a su encierro en Atenas, en busca de una oportunidad, y conseguir sendos pasaportes para huir a Alemania. ¿Por qué, entonces, este estilo indirecto, esta manera oblicua de acercarse al problema, acaba siendo más bien tramposa y oportunista, hasta el punto de provocar un colapso, prácticamente desde el principio, en el interior mismo del relato, más parecido a una serie de televisión que a otra cosa?

Primero, porque el film se empeña en multiplicar los personajes y las acciones, en crear tramas y tramas paralelas cuyo único objetivo parece ser que la audiencia no tenga tiempo de fijarse en el mecanismo narrativo que las anima. Segundo, porque eso no deja un minuto de respiro, de manera que es muy difícil que surja reflexión política alguna con una mínima consistencia. Y tercero, porque todo ello culmina en una estructura binaria que parte la película en dos y ya no es que la hiera de muerte, sino que delata una ambición acumulativa, por parte de Fleifel, que solo lo conduce a una espiral de anécdotas y acciones sin densidad alguna. Hay un niño también palestino al que los dos primos acaban ayudando en su viaje a Italia. Hay una mujer griega a la que convencen para que les sirva de tapadera en esa improbable misión. Hay secundarios y secundarios que aparecen y desaparecen a conveniencia de un guion más bien manipulador –mi preferido es Abu Love, traficante y poeta–, de la misma manera en que la apariencia naturalista y espontánea queda rota por una construcción medidísima, pero igualmente inverosímil. Y, en fin, hay una arbitrariedad que preside el conjunto sin matices y hace dudar incluso de la buena intención política del film. De momento, sea como fuere, ya ha estado en un montón de festivales, incluido Cannes.

Carlos Losilla